Mis viajes en tren -por poner solo uno de tantos ejemplos- son una buena muestra del cambio tecnológico experimentado por la industria del ocio a lo largo de las últimas décadas: en mis primeros viajes entre Almería y Madrid, a bordo del desaparecido coche-litera nocturno, mi walkman y mis cintas de casete -casi todo discos de Ismael Serrano- ayudaban a hacer el trayecto algo más ameno; años después, el discman y los CDS -de power, death o black metal- cogieron el testigo; hasta que, recientemente, me pasé definitivamente al reproductor de MP3 -aunque sigo escuchando música, nunca faltan varios podcasts de uno de mis programas de radio favoritos, Ser aventureros.
Igual pasó con el cine en formato doméstico: no pasó mucho tiempo entre el día que compré Cara a cara (1997) por 1.995 pesetas en la Fnac Callao de Madrid y el día que vi por primera vez una película en DVD: concretamente Windtalkers (2002), alquilada en el videoclub de mi barrio -hoy, afortunada y sorprendentemente, todavía en activo-. Después vino el paso de la ‘tele de tubo’ al televisor LCD, la guerra entre el HD-DVD y el Blu-ray, la eterna duda de si comprar las películas en este último formato o seguir apostando por el DVD y, finalmente… la irrupción de internet, de las descargas directas o P2P, y de servicios de streaming como Yomvi o Netflix -un habitual de esta columna.
Llegados a este punto, quien esto escribe, antaño comprador habitual de películas en soporte físico, tiene ahora frecuentes dudas al respecto: ¿me merece la pena adquirir -pongamos por caso- la estupenda Infierno blanco (2011) en formato Blu-ray, aunque sea aprovechando alguna oferta, cuando puedo verla en cualquier momento gracias a la suscripción de Netflix, con una más que aceptable calidad de imagen y sonido? Supongo que una situación parecida vivirán actualmente muchos bibliófilos y bibliófilas -tras el reciente auge del libro electrónico-, o el sector melómano -¿vinilo, CD o mp3?-; en mi caso, creo que si el dinero no supusiera un problema, optaría siempre por el soporte físico, aunque solo fuera por el valor sentimental y la costumbre adquirida con los años.
Evidentemente, todas estas reflexiones y elecciones forman parte, hasta cierto punto, de los denominados ‘problemas del primer mundo’ -es decir, aquellos asuntos sobre los que buena parte de la población mundial no tiene la suerte de poder preocuparse, dadas sus desafortunadas condiciones de vida-. Dicho lo cual, debo confesar que, si sigo comprando películas, será sobre todo por descubrir o reencontrarme con títulos de épocas pasadas, y no por los que, de un tiempo a esta parte, vienen llegando a nuestras carteleras…
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/104098/del-vhs-a-netflix