Hay experiencias que se viven una vez y rezas para que no se repitan. El pasado jueves viví una de ellas durante la expedición (más que viaje) en tren a Sevilla organizado por la Mesa del Ferrocarril de Almería, digno de figurar en los folletos de turismo de aventura que reparten las agencias de viaje para los más osados.
Fueron seis horas insufribles y eternas, en un tren sin servicio de cafetería ni televisión, y dos trasbordos hasta llegar a Sevilla, capital de Andalucía, a la que, aunque no lo parezca, y no sólo por razones geográficas, también pertenece Almería. Menos mal que la compañía fue buena y eso hizo más aliviadero el tormento.
Como pudimos experimentar, y lo sabe bien quien los sufre diariamente, el servicio ferroviario es manifiestamente mejorable, como lo es también el que nos une con la otra capital, Madrid. Y conseguir mejorarlo es responsabilidad de todos: de los almerienses porque debemos enseñar las uñas más a menudo y de las administraciones porque son las que tienen las responsabilidad en la gestión y el dinero para hacerlo. Y cuando hablo de administraciones, estoy hablando del Gobierno de la Nación, pero también de la Junta de Andalucía. Que aquí algunos corren mucho para ponerse medallas cuando el avión con Sevilla supera las previsiones de ocupación (¡vaya día que eligió el consejero para dar los datos!), pero niegan todo conocimiento cuando los marrones llaman a su puerta en forma de raíles de tren.
Y si esperpéntico fue el viaje, no menos lo fue el desembarco socialista encabezado por el senador Pérez Navas. Ojalá mantuvieran el mismo ardor reivindicativo a la hora de exigir el Hospital Materno Infantil, el Conservatorio de Danza, la rehabilitación del Cable Inglés o el instituto de El Toyo, muchas madres y padres almerienses se lo agradecerían.
Como era de esperar, su efervescencia reivindicativa se acabó a las puertas del Palacio de San Telmo. ¡Silencio, la faraona descansa, no molestemos a la faraona!
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