Reciben distintas pero sinónimas acepciones: espantanubes, rompenubes, revientanubes, antilluvias… Desde hace algunos lustros constituyen una auténtica pesadilla para las gentes del campo, para agricultores y organizaciones agrarias que mantienen la existencia de avionetas que escupen determinadas sustancias químicas que logran disipar las nubes y evitar las precipitaciones, ese maná que en forma de agua celestial tanto necesitan las tierras del Sureste patrio, esta maldita esquina ibérica donde la sequía es tan pertinaz como el sol que nos enorgullece. Como el Guadiana, la polémica sobre la actuación de las avionetas rompenubes aflora a la actualidad cuando la sequía castiga –que es siempre- la esperanza y el futuro de quienes viven a diario con la mirada puesta en el cielo o en el Zaragozano porque sus cultivos y sus cosechas penden de los caprichos de la meteorología. La última voz de alarma la han dado las organizaciones Asaja y las plataformas de protección del Medio Ambiente, que han anunciado que promoverán iniciativas legislativas populares para que se prohíba la acción de las detestadas avionetas, pese a que hasta ahora, que se sepa, ni la Ciencia ni las presuntas pruebas aportadas han podido demostrar que la ausencia de lluvia esté provocada por las aeronaves que como dijera en agosto del pasado año una campesina de la murciana Sierra de las Casas, “están arrojando mierda”.
Daños del pedrisco Admite la Administración la posibilidad de utilización de medios que aminoren los daños del pedrisco porque se pueda reducir su tamaño, pero con carácter oficial nadie se moja en atribuir a estos murciélagos de la sequía su capacidad para diluir las nubes por vaya usted a saber que extraños intereses; al igual que pese a las que algunos perjudicados aseguran evidentes sospechas nadie se atreve a desvelar el secreto mejor guardado del mediterráneo cielo del Sureste. La carencia de lluvias, la sequía de pozos y fuentes y la proliferación de plantaciones agrarias intensivas de hoja verde han enrarecido el clima de nuestros pueblos, donde la tensión crece irremediablemente. Ojalá esta situación no lleve a emular la secuencia del magnifico relato “La avioneta”, de Julio Alfredo Egea, en el que una avioneta fumigadora, pilotada por un paisano que planeaba de cuando en vez sobre las sementeras y tejados de su pueblo, es abatida por cientos de escopetas que en trágica confusión enmudecieron el familiar ruido que según los parroquianos abría cortinas al sol. Y es que, nos guste o no, nuestros cielos están bajo sospecha.
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