El otro como enemigo

José Ramón Martínez
01:00 • 14 abr. 2016

Hay a una generación de españoles que vivimos el paso del franquismo a la democracia con una intensidad tal que marcó, sin duda, la vida para muchos de nosotros. Se puede decir de aquel grupo generacional, y creo no equivocarme, que somos en lo político gente tanto a derecha como izquierda bastante razonable, quizás como consecuencia de haber vivido de cerca lo que fue el autoritarismo hispano. 
“Esta bien creer, pero no mucho y sin molestar” decía el maestro Julio Caro Baroja. Aunque hoy sean muchas las razones para no estar conforme y, los motivos para la indignación, cuando no para la rebelión, son numerosos.  


Vieja política
Pues bien, han pasado ya muchos años de aquello y todavía esta presente en nuestro sustrato ideológico esa corriente guerracivilista de anidmarversión al que piensa diferente. Lo vemos en algunas tertulias y en ciertos articulistas de opinión, también en las conversaciones entre amigos y compañeros de trabajo, los ecos llegan desde la misma calle. El resultado es un partidismo exacerbado y una crítica ácida que estigmatiza a personas y partidos.
No extraña que surjan voces que consideren que algunos de nuestros males se deben a una dialéctica política instalada en socavar por sistema la legitimidad del contrario y en la excluyente división izquierda y derecha, más propia de la vieja política, en palabras de Santos Julia. Ese antagonismo irreconciliable es lo que lleva a ciertos analistas a considerar que el autentico final de la Transición vendrá por el entendimiento entre el PP y el PSOE. 


Autocrítica 
En esta tesitura política, con una pérdida de credibilidad de las instituciones y de los partidos, todo parece cuestionarse y estar sujeto a revisión o a refundación, empezando por uno mismo. De ahí, que para afrontar los nuevos tiempos sea necesario no solo un cambio de mentalidad, sino también del ropaje ideológico y emocional en el que estamos instalados. 
Desde luego, ante la duda, ante la complejidad del momento, en sociedades en pleno cambio, las dialécticas de las trincheras y de las certezas absolutas, no ayudan mucho a comprender la realidad. “La verdad no existe, solo es el resultado de interpretaciones subjetivas y la intolerancia es la verdadera violencia de este tiempo” afirma Vattimo. 




Tiempo de reformas
En este contexto político, surge un discurso regeneracionista que reivindica cambios en el sistema político y económico que nos acerquen a la Europa más desarrollada. Desde luego no es momento de marginar a ningún grupo político de este nuevo periodo que se abre, desde conservadores, socialdemócratas, nacionalistas y radicales, en lo que algunos denominan una segunda Transición. Todos están convocados a la mesa capaz de sentar las bases de la convivencia hispana. 
Si queremos hacer una democracia habitable para todos, ahora es el momento de un debate público de calidad, con propuestas y alternativas para construir un proyecto de país o de una comunidad política renovada. De lo contrario seguiremos a la estela del Duelo a garrotazos de Goya donde evocaba las luchas fratricidas y las reyertas territoriales, religiosas y culturales  que nos acompañan. 


Epilogo
Ya no nos valen para andar por el siglo XXI las retóricas ancladas en la polarización y en la emocionalidad. Es necesario otra cultura política más relacional, pedagógica y autocrítica. Una vuelta al dialogo civilizado, a la conversación pública imbuida de ética como diría Tony Judt. Y ello solo es posible sin construimos un discurso de “nosotros con los otros”, como paradigma de convivencia y civilidad.






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