Decía John Lennon que no hay nada mejor en el mundo que el abrazo de la persona que te ama. Y aunque si pienso en Yoko Ono puede que mi identificación con esa idea comience a resquebrajarse, es cierto que no hay nada tan reconfortante como sentir físicamente el contacto de los que queremos y nos quieren. Por eso me parece espléndida la idea de la Mesa del Ferrocarril de formar un abrazo físico a la vieja y maltratada Estación, para que así se avance en su declaración de Bien de Interés Cultural, que es justo la consideración oficial que tiene el cercano Cable Inglés y que, como el coronel de García Márquez, no tiene quien le escriba, salvo los grafiteros. Y por ser el abrazo una fórmula universal de afecto, quizás podrían organizarse arrumacos colectivos a elementos más susceptibles del cordón afectivo, como por ejemplo alguna de las 78 aulas portátiles que hacen de Almería la provincia con más dotaciones educativas precarias de Andalucía, aunque a nadie parezca importarle. “Es que no tiene nada que ver una cosa con otra”, dirá usted con buen criterio. Pues eso depende. Verá: en el abrazo que se pretende dar a la Estación se va a aprovechar para entregar los premios del concurso de dibujo infantil que la Mesa del Ferrocarril ha organizado para que los niños de Almería dibujen el tren del futuro. ¿Le parecería interesante saber cuántos de esos niños son educados cada día en un barracón prefabricado? ¿Cuántos profesores afiliados a los sindicatos que apoyan las reivindicaciones ferroviarias hacen su trabajo en un contenedor prefabricado? Yo entiendo que esas preguntas son insignificantes ante la pulsión ciudadana de que la bellísima Estación sea declarada BIC, o que tenga la misma catalogación que la Alcazaba y sus chorreones de humedad. De ir a abrazar el Paso a Nivel del Puche que la Junta no quiere eliminar –esto sí que es cosa de trenes- ya no digo nada.
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