Los mapas no dicen la verdad

Julio Béjar
23:16 • 31 may. 2016

Durante mucho tiempo odié Marsella. Es curioso cómo un lugar puede sacar la peor versión de ti. Odié esta ciudad sucia arrebatada a los peatones y devorada por los coches, las ratas y el caos, imperada por un mismo alcalde durante más de veinte años y por un sindicato mafioso de barrenderos.
Durante mucho tiempo odié Marsella, hasta que logré entenderla. Cada ciudad tiene sus códigos, su lenguaje, su armonía dentro del caos. Cuando uno viene a Francia espera encontrar un país racional, verde y cartesiano, pero Marsella no está en Francia. Los mapas no dicen la verdad y Pythéas se equivocó. Marsella no es el sur de Europa, sino el ombligo del Mediterráneo, la orilla de algún país remoto en el mar en medio de la tierra.
Marsella siempre fue una ciudad en constante mutación, fiel al principio del fuego, su ADN fue girando y girando desde que unos navegantes, venidos de una isla perdida en el Egeo, hicieran de estas costas su casa. Aquel pedazo de mar en la tierra, como si del vientre de una madre se tratase, era el lugar perfecto para fundar una Ítaca. Y así ha ido ocurriendo durante más de 2.600 años, siendo Marsella el desagüe del Mediterráneo. 
Todo lo que este mar no quiso acabó aquí: refugiados de guerras innombrables, emigrantes, desterrados del porvenir, desamparados, gentes arrancadas del pasado que encontraron aquí una patria de la que sentirse orgullosos, un refugio para tanta orfandad. Oleadas humanas que cambiaron el rostro de la ciudad. Porque Marsella tiene muchas caras, y tú decides cuál mirar: la exuberancia de un mercado en el Magreb o la algoritmia de un boulevard haussmaniano, la vulgaridad de un puerto deportivo con sus falsas promesas del verano o la absoluta belleza de Les Calanques.
Lo que más amo de esta ciudad son las gaviotas: conocieron otros horizontes y sin embargo decidieron quedarse aquí. Eligieron este lugar para desterrar su peregrinaje. Hicieron del puerto y los vertederos su hogar, convirtiendo el detritus en el álgebra del vuelo. Es curioso cómo una ciudad puede cambiarte la mirada. Puede que los mapas se equivoquen, pero las aves migratorias no.







Temas relacionados

para ti

en destaque