Rajoy dice no saber nada del presunto contubernio entre su ministro del Interior, Fernández Díaz, y la Oficina Antifraude de Catalunya. Es más; hasta ignoraba, asegura, la existencia de dicha Oficina. Estoy por creerle. Aunque tiene delito, ciertamente, que un presidente del Gobierno desconozca incluso la propia existencia de las instituciones que gobierna, tratándose de Rajoy, la cosa es distinta. Delito, lo que se dice delito, sigue teniendo, pero ¿cuándo Rajoy se ha enterado de algo?
Mariano Rajoy, que hoy debe tener el día algo chungo por la derrota de la Selección ante Croacia, nunca se enteró de nada, es decir, nunca quiso enterarse: ni de la Gürtel, ni de la Púnica, ni de los sobres de Bárcenas, ni de la destrucción a martillazos de los discos duros de sus ordenadores, ni del pago en B de la reforma de Génova, ni del monumental saqueo de sus correligionarios levantinos, a los que tanto quería, de los bienes públicos de su Comunidad, ni de nada. Fiel a su máxima de que cuando hay un problema, lo mejor es que no te pille allí, Rajoy se las ha arreglado siempre, en efecto, para estar en otra parte, en otro mundo, en ese donde es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde, donde hay que fabricar máquinas que nos permitan seguir fabricando máquinas, donde los políticos son sentimientos y tienen seres humanos, donde los españoles son muy españoles y mucho españoles, y donde, en fin, ¡Viva el vino!
Tal es el caballero que, por lo visto, va a obtener más votos el próximo domingo. Los demás candidatos, que tampoco parecen enterarse gran cosa de nada, pues también deben ser sentimientos con seres humanos, le piden que se aparte y se vaya con sus máquinas y sus vecinos a otra parte, pero él, que en lo de hacer oídos sordos no hay quien le gane, ha respondido que si él, que va a ganar las elecciones, se tiene que ir, ¿qué habrían de hacer los demás? Algo de razón lleva, pues ya hay que ser manta, y parvo, para no sacar más votos que el que en cuatro años y pico ha dejado tiesos a los españoles y ha sumido a España en la regresión más absoluta.
Y ahí le tenemos, procurando no estar nunca allí. Es decir, aquí.
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