El jueves por la noche me fui a la cama con todos los sondeos anunciando la permanencia del Reino Unido en la UE. En la madrugada del viernes me desperté y algunas emisoras ya estaban comentando las consecuencias amargas de la derrota. Había triunfado el “Brexi” o sea, la salida. Salvo Londres, Escocia e Irlanda del Norte, el resto renunciaba a seguir perteneciendo a la Comunidad Europea. La noticia sacudía los mercados, las bolsas caían en picado y los cimientos de lo que significó nuestro orgullo comenzaba a temblar. ¿Qué le ocurre a Europa? ¿Está vieja, histérica, climatérica? ¿Por qué se le van los novios? Los comentaristas españoles hablaban del auge del populismo, de los nacionalismos residuales siempre existentes. Los analistas extranjeros, algo más enterados, en cambio, ponían el acento en la crisis que vive Europa ya desde hace tiempo. El ministro de finanzas alemán abundaba también en esa misma tesis. Yo como simple plumilla de provincias recordaría cosas de España y lo que nos costó entrar en el Mercado Común. Eramos la peste fascista del orbe. Después de cuarenta años, al fin llegó la Transición y la democracia. Felipe González, a la altura de los que habían sido los padres de Europa, y desde luego con muchos más varones universales con visión de futuro, nos colocó dentro con toda legitimidad, ¡Qué orgullo andar por la City, corazón financiero del mundo, como si fuera nuestro patio de recreo! Nuestros hijos aprendieron inglés. Por aquí no había demasiado empleo y lo vinieron a encontrar fuera. Descendientes de tribus integristas, retrógadas, nos vimos de pronto perteneciendo a lo más excelso de la cultura europea, la patria de los derechos humanos. Recuerdo que un periodistas oficial, vocero del Gobierno de entonces, llegó a compararnos con Mozart, Galileo Churchil, y no sé cuántos nombres más. ¿Qué ha pasado para que algunas naciones se estén planteando la necesidad de la huída? No es oro todo lo que reluce, desde luego. Demasiado elitismo bien pagado. Demasiados políticos inútiles. El mundo está escandalizado por el modo de resolver el problema de los refugiados en un país donde la libre circulación de personas fue siempre su máximo honor. Y ahora Dios quiera que la triste experiencia del “Brexit” no se repita en otros miembros de la UE.
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