Pablo Iglesias fue el gran derrotado de la noche del 26J. No tanto en relación con el número de escaños conseguidos por la coalición Unidos Podemos (71) como en orden al ambicioso sueño de adelantar al PSOE haciéndose con el liderazgo de la izquierda. El exceso de soberbia le condujo a dejarse llevar por los pronósticos favorables de las encuestas desarrollando un discurso triunfalista que en los mítines le hacía coquetear como si estuviera acariciando las llaves de La Moncloa. La "hybris", que diría un clásico.
El sueño de "sorpasso" al PSOE condujo a Iglesias a rechazar el acuerdo de gobierno que hace seis meses le ofrecía un Pedro Sánchez que venía de pactar con Albert Rivera un programa de hasta doscientas medidas regeneracionistas. Era un programa muy concreto que podría haber conseguido revertir algunas de las leyes desarrolladas durante la legislatura gobernada por el PP. Iglesias lo rechazó aduciendo la presencia de Ciudadanos, pero la razón para no sumarse era otra. Se había tragado las encuestas y el exceso narcisista de confianza en su liderazgo le tornó ciego ante un hecho evidente para la mayoría: aún en su período de mayor decrepitud, el PSOE cuenta con la fidelidad de millones de votantes y su estructura territorial es muy potente. Al faltar al respeto a algunas de sus figuras históricas (caso de Felipe González) movilizó a los simpatizantes socialistas con el resultado que conocemos. Había hecho algo parecido con IU (les había tildado de "pitufos" ociosos y nostálgicos) para después aliarse con ellos aprovechándose de la ingenuidad de Alberto Garzón y de las deudas que arrastraba la coalición desde los tiempos de Julio Anguita, gurú, por cierto de Pablo Iglesias. A los comunistas "pata negra" -los que vivieron en primera línea la Transición, muchos de ellos tras haber pasado por las cárceles franquistas-, no les hizo ninguna gracia el acuerdo con Podemos. Ven en Iglesias a un demagogo, un político populista capaz de pasar en horas veinticuatro del comunismo a la socialdemocracia. No les gustaba y no le han votado. Es probable que tampoco hayan entendido cómo un dirigente que hasta hace dos días se reclamaba leninista haya podido hacer suyo el discurso separatista de la burguesía catalana más reaccionaria.
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