Me libre Dios de juzgar a la iglesia católica española. De todos es bien conocida su labor humanitaria y evangelizadora con este país de trece millones de seres humanos al borde de la pobreza. Sin embargo ¿qué está pasando en las altas esferas del episcopado respecto al fustigamiento de la corrupción de grandes familias? En poco tiempo este país se ha olvidado del maná bendito de la honradez para ir a postrarse ante el becerro de oro. País de burdo materialismo de hartazón y pedo, ya no es solo el ateísmo comunista sino las promociones religiosas salidas de los colegios concertados cuya norma de vida es el dinero como lo único importante. No quisiera pasarme de asunto. La cultura, dice Juan Marsé, le importa una mierda al partido en el poder. Por algo nombra a los carcamales de siempre para entretener al pueblo. Y mucho más grave que la cultura es lo que se está haciendo con la “posverdad”, como dicen ahora, una amalgama de publicidad y mentira ofrecida como verdad. Siempre se dijo que el evangelio debía salir a la calle sin quedar encerrado en la sacristía. ¿De dónde brota tanto miedo al poder por parte de los líderes sociales? La transición no hubiera sido posible si no se hubieran tirado a la calle contra el franquismo además de estudiantes y obreros grandes mesnadas de cristianos conscientes. No se acaba ese viejo prejuicio de que el cristiano no debe meterse en política por aquello de dar al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. Sin embargo pocas normas de vida quedan más diáfanas que las del rico epulón sobre la doctrina del amontonamiento de la riqueza. Antes pasará un camello por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos. Y no es literatura, oiga, como contraste los pobres de espíritu son bienaventurados por boca de Jesús en el sermón de la montaña. Estamos viviendo estos días el juicio sobre uno de los casos de corrupción más grandes que haya vivido este país en mucho tiempo. Por mucho que se diga, no es fácil desenredar la madeja. Honorables señores de otro tiempo, bien vestido y bien comidos, sentados ahora en el banquillo. ¿Dónde quedó su rocosa moral? Ay el maldito parné,
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