Ahora hay allí una sucursal bancaria, pero a finales de noviembre de 1975 en la céntrica esquina del Paseo (entonces dedicado al llamado Generalísimo) con la calle Navarro Rodrigo estaba ubicado Bazar Almería, establecimiento comercial de prestigio y referencia del que, un año antes, había salido en dirección a una inolvidable noche de reyes una bicicleta Rabasa-Derbi color naranja con la que el arribafirmante batió varios records de magulladuras y descalabros. Pero no nos desviemos. He vuelto a recordar los escaparates de aquella tienda no tanto por motivos sentimentales como porque allí fue en donde, por primera vez en toda mi vida, asistí con la nariz pegada al cristal al fascinante espectáculo de la televisión en color. Con acertada visión patriótico-comercial, los propietarios colocaron en los escaparates varias televisiones conectadas con la retransmisión de la capilla ardiente (era la primera vez que escuchaba el término y, como muchos, yo también me preguntaba dónde estaban las llamas) y las multitudinarias exequias del dictador Francisco Franco. No he podido evitar recordar esas lejanas escenas de frío e incertidumbre, al ver la aparatosa demostración de duelo orquestado y retransmitido con la que el régimen cubano está despidiendo a otro viejo dictador que muere en su cama. Y como Franco, también se marcha rodeado del afecto y el agradecimiento de muchos, pero también con la sombra indeleble de décadas de presidio, exilio y paredón. Yo era entonces un niño, pero supongo que muchos de los que estaban allí conmigo viendo las largas colas de dolientes en torno al Palacio Real (entonces de Oriente) y las demostraciones de eso que se denominaba “adhesión inquebrantable”, pensarían que, como dijo el propio Franco, todo quedaba atado y bien atado. Pero a los tres meses de aquello, la mitad de los que estaban en la cola eran ya antifranquistas de toda la vida. Tomen nota, pues, los convencidos de que el jurásico legado del castrismo seguirá vivo en Cuba.
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