El boicot

"El día que seamos capaces de poner flores en todas las tumbas, tal vez empecemos a ver la primavera..."

Antonio Álvarez
13:59 • 04 dic. 2016

No me gustan los boicots. Ya saben, la peña cree que reprobando la bebida espumosa navideña fastidia a una parte de una parte que no se siente parte de otra parte mayor (Marxismo humorístico en estado puro). Perdonen el galimatías, pero ustedes entienden muy bien el puzle. Si boicoteas el contenido también el continente, y vaya usted a saber si el corcho es de Cáceres, y el vidrio de  Soria, o si la marca que usted no quiere comprar es la de un empresario que sí se siente parte de la parte contratante, y se halla ante el abismo de las odiosas generalizaciones sin comerlo ni beberlo. En fin, lo de siempre: el boicot revierte al todo común...  No me gustan las generalizaciones: nosotros somos los buenos y vosotros los malos, y la incultura sin barrer. El día que seamos capaces de poner flores en todas las tumbas, tal vez empecemos a ver la primavera... Tampoco me gusta el desprecio, y para redondear, la soberbia ante el reconocimiento público de un premio que se otorga, y hay dos caminos: o se rechaza elegantemente o se acepta igualmente, pero aullar mordiendo a la mano que te lo otorga, pero con la pasta de todos, como que está feo. Siempre he pensado que si uno no siente los colores de la camiseta de tu país, estado, nación, o tribu plurinacional, pues tan fácil como ser consecuente y no ir a donde iba Vicente (Del Bosque: grande como pocos), que es donde va la gente. Con el único lema de todo por la pasta y nada por la patria, tarde o temprano se ve el plumero al personaje que sea. Si no se comparte un color, un paladar, un ánimo o una paella, no se puede ser convincente al tirar el penalty (que después se puede o no fallar, es un cara y cruz). Y bueno, hay que agarrarse los machos, porque tu libertad de no decir digo y decir Diego tiene su fielato, ese impuesto del que hablaban los viejos a la entrada de las ciudades. 


Hace año y algo, Jordi Savall, grandísimo músico, rechazó el Premio Nacional de Música que le daba el ministerio del ramo, como crítica a la política de éste. Nunca rechazó otros recibidos por su comunidad, que supongo en recortes está al pairo con el ministerio. Este año el director de orquesta Juanjo Mena ha sido galardonado con ese premio (30.000 euros) y elegantemente lo va a donar a la educación musical. El Sr. Mena no ha ahorrado críticas al IVA o al burócrata de turno, pero acepta el reconocimiento (del Estado, no del partido, que muchas veces se olvida), y con el dinero orquestará una lección magistral. En palabras de Santiago Segura, gracioso y torrentiano por antonomasia, Fernando Trueba es un Grouchiano al que la gente toma demasiado en serio. Tal vez se trata de que falta humor en este país, o que la gracia sin arte cae en desgracia. Y es que estamos todos demasiado pendientes de la cagada, para enmerdar un poco más si cabe el ambiente.







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