Cada pueblo tiene lo que se merece

Antonio Felipe Rubio
01:00 • 03 feb. 2017

Todos los gobernantes resultan de una extracción de la sociedad en la que radican. Stalin era la esperanza de la libertad y el progreso del proletariado; Mussolini, reencarnación del espíritu del “Imperio”; Adolfo Hitler, el orgullo ario; Francisco Franco, la reserva espiritual de Europa; y no se olviden de otros nefastos dirigentes de la antigua Yugoslavia, Checoslovaquia, Polonia… Así, hasta llegar a la situación actual en que la vieja Europa pretende actuar como tutoría de las libertades y espejo de ejemplaridad. Y nada más lejos. Aún persiguen fantasmas de un pasado relativamente cercano. Todavía hay testigos directos de la exterminación en Dachau, o descendientes de la Guerra Civil a los que martiriza la crueldad de una saca, una tapia de cementerio, una cuneta: el odio. Y la memoria no descansa porque, en la actual Europa, la memoria no es histórica; es amenaza. 
Viktor Orbán (Hungría), Geert Wilders (Holanda), Marine Le Pen (Francia)… no son historia; son “amenazas” para países vecinos que se arrogan la facultad de aventurar descomunales desgracias desde sus respectivas posiciones de “gendarmes de la democracia” que, ahora, con sus frentes progresistas, quieren derrocar al clásico y envidiado referente de Occidente.
La victoria de Donald Trump en las elecciones democráticas de Estados Unidos ha excitado un sinfín de iras desde las filas demócratas que se ha extendido por la progresía planetaria con airada beligerancia. Donald Trump, que es un norteamericano como la mayoría de norteamericanos ansía, ha jugado una baza que ha contrariado a la ideología oponente: cumplir y ejecutar las promesas de campaña. En esto se parece un poco a Zapatero que, nada más llegar al poder, derogó el Plan Hidrológico Nacional, hizo regresar las tropas de Irak en el momento menos indicado y dio gusto a las minorías más radicales y lobbys más mediáticos: cosas de la izquierda gestual. 
Donald Trump puede ser todo lo fantasma y excedido que quieran, pero ha cumplido gran parte de las promesas anunciadas en campaña, y seguro que habrá complacido a una mayoría que le votó con esa esperanza; cosa que ha enardecido a los que se orientaban al otro extremo que ahora pretende criminalizarle por algo tan esencial en democracia como es presentarse, anunciar un programa, ganar y aplicar ese programa. 
Aquí no se respetan los primeros 100 días de gracia para ver si era pulpo o calamar. Directamente se arroja tinta a raudales desde algunos medios proclives que descaradamente apoyaron a Hillary con campañas destructivas contra Donald. Imaginen, si no fuese por los maricomplejines de Rajoy, lo que podría decir Mariano -con razón- de la insidiosa y persistente actuación de la Sexta o la Cuatro ¡…! 
La Europa progresista le quiere parar los pies a Trump desde posiciones tan edificantes como el Brexit, la política de acogimiento del premier húngaro, la ruina de Tsipras o los fratricidas podemitas. Siquiera España podría decir nada en este sentido con la amenaza secesionista, apoyada por la izquierda radical y con peligrosos escenarios que preconizan Iglesias vs Errejón. Aquí nadie salió a la calle, y los medios proclives ponían velas al socialcomunismo, cuando Pedro Sánchez “No es No” abrigaba las esperanzas de un gobierno arrebatado a la mayoría democrática y forzando un pastiche abigarrado de revancha, odio, insidia y contrasistema. No es de recibo que cuando gana la izquierda, por muy montaraz que sea, se entienda como el “triunfo de la democracia y el progreso” y, cuando lo hace la derecha o el liberalismo, es como si volviese el Neandertal. 
Cada cual tiene lo que se merece, y los americanos han decido con todo merecimiento. Y en España, a poco que nos descuidemos, tendremos lo que nos merecemos en sedición y radicalidad que propalan esos “nuevos tiempos emergentes” que, por desgracia, suelen dar paso a los Trump y compañía.







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