Soy Aylan y también soy Samuel

Mar Verdejo
01:00 • 04 feb. 2017

Se llamaba Samuel, tenía 6 años. Viajaba en una patera junto a su madre huyendo del conflicto armado de la RD del Congo. Huía junto a su madre, Verónica, también desaparecida, de la violencia y de la pobreza. Su cuerpo ahogado ha sido hallado en una playa idílica de Barbate. Samuel no merecía esto. Ningún niño ni niña debería de morir en el Mediterráneo.
Hace un año y medio, un diminuto cuerpo sin vida descubierto en una de las playas más turísticas de Turquía nos horrorizó: todos fuimos Aylan. Conocimos su historia. El mundo lloró y lo hizo público en las redes sociales. Los medios se hicieron eco. Nos sacudió las conciencias y salimos de la anestesia en la que vivimos con las políticas inmigratorias. ¿Cuántos Aylans y cuántos Samueles, hombres y mujeres, hay en el fondo del mar sin que nadie sepa que han desparecido? No son cifras, son historias que Europa no puede ocultar. Huyen de guerras, del hambre, de la explotación y de la miseria. Es un drama sin fin. No puedo entender cómo nuestras políticas permiten que los niños y adultos continúen muriendo ¿Qué clase de mundo civilizado somos? Según la Organización Internacional de las Migraciones, el año pasado han muerto más de 5.000 personas en el Mediterráneo. Este se ha convertido en una gran fosa común ante la indiferencia de Europa que es para ellos la Tierra prometida. ¿Cuántos de nosotros sabemos del horror del que vienen huyendo? ¿De qué venía huyendo el pequeño Samuel? Según ACNUR (Agencia de la ONU para refugiados), el conflicto armado más reciente de la República Centroafricana, que se inició en el 2012, ha afectado a más de 4,7 millones de personas. Uno de cada cuatro centroafricanos ha tenido que abandonar su lugar de residencia por la guerra. Las personas que huyen a zonas más seguras sufren diariamente escasez de recursos como agua y electricidad. La infancia se ve afectada por enfermedades y agotada por las grandes travesías. La desnutrición es una de las principales causas de muertes infantiles. Durante el camino las mujeres son violadas y los niños reclutados forzosamente para convertirlos en niños soldados. Se calcula que más de 10.000 están retenidos contra su voluntad y son usados como combatientes y las niñas como esclavas sexuales. No pueden acceder a servicios básicos como la sanidad, la alimentación y la seguridad. Las escuelas han cerrado. Este conflicto ha dejado a más de 215.000 personas refugiadas. Y estos son otros conflictos señalados por ACNUR: La Guerra de Siria con un desplazamiento de 6,6 millones de personas. Ciudades como Alepo, Damasco totalmente desaparecidas. La Guerra de Yemen con más de 2,5 millones de desplazados y 173.000 refugiados. Conflicto armado en Colombia con más de 220.000 víctimas y algo más de 5 millones de desplazados. Como dice el periodista y sociólogo Rafael Fraguas en su libro “Manual de geopolítica crítica”: “hay que atajar la ignorancia y la falta de criterio donde los poderosos sepultan intencionadamente a la ciudadanía para que padezca indefensa los efectos de guerras, adversidades y golpes de Estado por ellos inducidos”. 
No queremos ni una muerte más en el Mediterráneo. Estamos sobrecogidos por este drama que nos debería de conmocionar a todos. Un drama tan cercano que aunque lo obviemos y no hagamos lo suficiente, nos recuerda que la política de muros no sirve: cuantos más altos son los muros, mayor es el sufrimiento. Todos queríamos ser Aylan. Muy pocos quieren ser Samuel: ¿Por qué si ningún ser humano es ilegal?


 







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