Cuando en apenas dos años (de noviembre de 1989 a diciembre de 1991) cayó el Muro de Berlín y saltó por los aires la Unión Soviética, me ilusionó pensar que Europa podría convertirse en el primero o segundo bloque, y restablecer así el equilibrio mundial. Escribí entonces: “me gustaría que se transformase de un Mercado común ampliado en una Unión Política de corte federal, con tiempo suficiente –antes de que acabe de emerger el gigante chino- para consolidarse en una, a mi juicio, imprescindible política de bloques equilibrados que, impidiendo el unilateralismo, haga posible un equilibrio mundial”
Y me preguntaba, también, “si habrá o no una política europea común de inmigración y si los inmigrantes gozarán o no de los mismos derechos y obligaciones que los ciudadanos europeos; si habrá una política militar única... una política exterior única, y un único Ministerio de Asuntos exteriores, con un único voto en el Consejo de Seguridad de la ONU...”
No fue así. Europa perdió el tren: EE.UU. afianzó su liderazgo, China se convirtió en un gigante económico y Rusia pasó a ocupar el lugar de la URSS.
Hoy, los Estados Unidos de Europa, lejos de constituirse como tales, están en fase de desintegración. Al Reino Unido podrían seguirlo este mismo año ¡Francia, Holanda y Alemania!, tres de los seis fundadores de 1958. Y no debería extrañar tanto: cuando en 2005 se sometió a Referéndum la Constitución Europea, Francia y Holanda ya votaron en contra. (España, a favor)
Cuando ingresó España, en 1986, Europa la integraban diez países: los seis fundadores, más Dinamarca, G.B. e Irlanda (1973) y Grecia (1981). Era, pues, la “Europa de los 12”, que aumentaron a 15 en 1995, con la integración de Austria, Finlandia y Suecia.
Y así se mantuvo hasta que, tras la voladura de la URSS, en 2004 fueron admitidos, de una tacada, como Estados miembros diez nuevos países: Chipre, Malta, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa y, en años posteriores, Bulgaria, Rumanía y Croacia. En total, trece países nuevos, la mayoría emancipados –es un decir- de la órbita de la URSS, en nada homogéneos con los ya miembros, y que convirtieron la (des)Unión Europea en un ingobernable y desvertebrado remedo de Frankenstein.
Y ni siquiera el euro, adoptado como moneda común en la Conferencia de Madrid de 1995, es un elemento de unión común, pues no circula en once Estados de la UE.
Europa, pues, es, ahora, menos que el queso del bocadillo, aplastada por unos EE.UU. gobernados por un ser irracional, atrabiliario y despótico, y por Rusia, liderada por otro demócrata atípico, que se come los países –Crimea- como si fuesen donuts.
A muchos nos ha sorprendido la elección de Trump como Presidente de EE.UU., que le ha declarado la guerra al mundo: desde Australia a Méjico pasando por Europa, a la que augura su desintegración y no da al euro más de año y medio de vida.
Lo ha resumido muy bien el Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, de cuya guapísima mujer, María Eugenia, soy amigo desde que cursamos juntos la Carrera: “Trump, es una especie de maldición que ha caído sobre el mundo”
El Presidente del Consejo de Europa, Donald Tusk, ha calificado a su tocayo Trump de “amenaza para la U.E.” - junto con China, Rusia y el radicalismo islámico- y ha explotado: los europeos debemos ponernos “de pie por nuestra dignidad” pues “los desafíos a los que se enfrenta la UE son los más peligrosos desde la firma del Tratado de Roma” -el fundacional- lo que convierte nuestro futuro en “altamente impredecible... Debemos defender firmemente un orden internacional sostenido sobre el imperio de la ley... sin el que el orden mundial y la paz no pueden sobrevivir... Si no creemos en nosotros mismos, ¿por qué deberían hacerlo otros?” Y añade algo realmente preocupante como amenaza interna, además de la xenofobia y el populismo: “el nacionalismo y el egoísmo se están convirtiendo en una alternativa atractiva a la integración”.
En fin, el Parlamento europeo ha vetado al antieuropeista Ted Malloch, propuesto como Embajador de EE.UU., quien ha declarado que “el euro puede colapsar en un año o año y medio” y “no estoy seguro de que haya UE para negociar un acuerdo comercial”.
Somos europeos pero ¿ciudadanos globales? Agoniza la globalización, sustituida por un renacido unilateralismo. Europa perdió el tren del poder y de la influencia en el orden mundial. Es como una naranja que se desgaja. Perdemos argumentos contra el secesionismo si hasta los fundadores de la UE lo practican.
El queso del bocadillo se lo pueden comer los ratones.
Soy mejicano Méjico es el país más hospitalario que conozco, hasta el extremo de sentirme en casa. Y, mucho antes que yo, los miles de españoles exiliados tras la Guerra. Méjico es refugio.
No contento, el gringo de entonces, con haberle usurpado la mitad de su territorio (California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma) el gringo de ahora quiere convertirlo en una inmensa prisión amurallada para todos los hispanoamericanos.
Nunca más que soy me siento mejicano.
Teatro del Siglo de Oro El nombramiento de Ricardo Arqueros como Director de las XXXIV Jornadas de Teatro del Siglo de Oro garantiza la continuidad de una de las más prestigiosas muestras de Teatro de España, iniciada por Antonio Serrano, a quien tanto debe Almería.
Y, otra vez, la Junta de Sevilla se ha echado fuera: no sólo no presta la Alcazaba de Almería sino que tampoco firmará el Convenio con la Asociación de las Jornadas, los Ayuntamientos de Almería y Roquetas, la Diputación y la Universidad.
¡Es cojonudo ser andaluz!
Piratas de felicidad En 1990 UNICEF-Almería, presidida por la infatigable María Cassinello, ideó un libro –”Cuentos desde el Sur”- con veintiún cuentos de autores almerienses, ilustrados por pintores también almerienses, que editó UNICEF-España y se vendió por todo el territorio nacional.
El mío se tituló “Los Piratas de la felicidad”. De las mayores de mi vida fue que se editase, también, en el sistema Braille.
Ayer, mi hijo me envío unas fotos del suyo, Fausto, mi nieto, leyendo el cuento.
Me conmovió e hizo feliz.
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