Mi sobrino Miguel cumplió esta semana nueve años, y la celebración fue algo peculiar. Se fue con los amigos y amigas a dar clase de Ciencias, en una mañana nublada de domingo. Hicieron experimentos sobre la electricidad. Los electrones volaban entre los cables y la clase de Ciencias se convirtió en un gran juego divertido, en el que comieron una tarta colorida con planetas y átomos. Con su peinado y gafas a lo “Harry Potter”, Miguel es un niño normal que le ha tocado vivir en este tan mundo complicado que le estamos dejando.
“¡Nos ha hecho imprimirle la Tabla Periódica de Elementos!”, me dijo mi hermana Cristina. Al otro lado del teléfono no daba crédito. Siguió diciéndome: “Y te sabe localizar el Oro”. Y le llevé mi taza de cerámica, con la tabla periódica, envuelta en papeles de colores reciclados y le pregunté: “¿Dónde está el Oro?”. Y con una sonrisa traviesa me contestó con determinación señalando el recuadro donde estaba la letra “Au”: “Debajo de la plata”. Le gusta asombrarme, enseñarme lo que ha aprendido, que me entusiasme con sus cosas. En casa, sobre una estantería, tiene una caja donde tiene guardados los cuatro juguetes que tiene para entretenerse conmigo: un grupo de animales de granja y salvajes, que desde que es muy pequeño los ordena meticulosamente sobre una superficie. El sabe que somos animalistas. Uno de los días zapilleros, trajo una pistola con balas de goma. Ya le habían advertido: “A la tita Mar no le va a gustar”. Me eché las manos a la cabeza en cuanto salió del ascensor. Le dije: “somos pacifistas” y le expliqué lo que hacen las armas. La dejó aparcada en la mesa y nos fuimos con una bolsa de pan duro a darle de comer a los peces en el espigón. Aparecieron cientos de gaviotas y unos hermosos y ágiles cormoranes. Paseamos por la playa buscando tesoros marinos pero él observó que había plásticos y dijo: “Mira tita, la gente deja la basura en la playa”. Le expliqué lo que ocurría con los plásticos y la basura en el mar y cómo afectaba a los animales, en especial a las tortugas marinas, los delfines y ballenas. E inmediatamente nos pusimos a recoger una bolsa con esos plásticos. Estaba feliz por ir descubriendo los peligros que acechaban a las otras especies. Miguel desde niño ha tenido cocina para jugar y ahora juega con su hermana Jimena, en la misma cocina, a ser chef y alimentar a todo ser imaginario. Está aprendiendo lo que es ser feminista.
En una sociedad donde se premia a la infancia con cosas materiales ante la ausencia de los padres y madres. A más ausencia más caro es el regalo, y dónde los valores se exigen en la escuela y no en la casa, pequeños gestos de niños y niñas, como el de Miguel, nos hacen tener esperanza en ellos: la empatía y la conciencia pueden hacer que nos lleguemos a conmover ante lo que ocurre a nuestro alrededor. No podemos vivir sin implicarnos, ni humillando, ni destruyendo.
En este cumpleaños decidió que no necesitaba nada y pidió a sus amistades de la fiesta de ciencias que le regalaran dinero para donarlo a una ONG que ayudara a la infancia. Su padre le preparó un gran cheque, en cartón pluma, para entregarlo en mano. Le costará más conseguir los objetos codiciados pero no lo importa, lo hará con su trabajo y su tesón. Miguel me sigue emocionando cada día con sus gestos hacia los demás, con sus cuidados, con su sensibilidad, con saber que estará leyendo la tabla periódica, imaginando los electrones y protones en la materia que conforman el Universo en el que habitamos, y del que nos tenemos que seguir emocionando y conmoviendo con estos pequeños gestos. Al final del cumpleaños, su hermana Jimena puso música en la radio, nos descalzamos y bailamos encima de la alfombra multicolor como si no hubiera un mañana. Dice el poema de Rumi: “¡Oh día, despierta! Los átomos bailan. Todo el universo baila gracias a ellos. Las almas bailan poseídas por el éxtasis. Te susurraré al oído adonde arrastra esta danza. Todos los átomos en el aire y en el desierto, parecen poseídos. Cada átomo, feliz o triste está encantado por el sol. No hay nada más que decir. Nada más.”
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