Nada enfrenta más a las Comunidades Autónomas que la confección anual de los Presupuestos del Estado. Salvo excepciones, todas se sienten agraviadas.
Y tienen razón.
Unas se quejan de que no reciben dinero de acuerdo con su población. Otras, a causa de su dispersión geográfica, la cual multiplica sus gastos. Las restantes, porque aportan más de lo que reciben. Y es que, si todas percibiesen según su aportación, ¿cómo demonios se lograría la redistribución y la equiparación de rentas?
Puestas a sentirse discriminadas, eso les sucede a todas las Comunidades en que gobierna la oposición y hasta a líderes del Partido Popular, como Núñez Feijóo, o al propio PP de Valencia. Por protestar, lo hace incluso la Generalitat catalana, a quien el Estado intenta seducir a deshora dándole un porrón increíble de pasta.
Sólo manifiestan su conformidad Gobiernos como el canario, cuyo voto favorable compra La Moncloa a base de partidas presupuestarias.
Para eso, para desunir al personal, sirven más que nada los Presupuestos públicos, siempre insuficientes para sus detractores, aunque sigan multiplicando exponencialmente unos gastos que el país no podrá pagar en un futuro cercano.
Sucede algo parecido con las Comisiones Parlamentarias, cuyos dictámenes ya se conocen de antemano según cuál sea la composición de sus miembros. Al menos, sin embargo, les sirven para el desahogo personal y hasta para el insulto más burdo, como hace el señor Rufián, quien en vez de preguntar descalifica sin piedad al interrogado de turno.
Todo este ritual inútil de los Presupuestos y las Comisiones sólo sirve, en el fondo, para tener entretenido al personal y para justificar que los políticos cobren lo que cobran lo que cobran.
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