A finales del S. XVIII, cuando comenzaron a producirse los movimientos de independencia en los territorios de Ultramar bajo la Corona de España, se hizo necesario reclutar urgentemente a nuevas remesas de soldados para ir a luchar allí contra la insurgencia. Cruzar el Atlántico a vela para ir a pelear contra un gentío galvanizado por el objetivo de sacudirse a la metrópoli no era –es fácil suponerlo- un destino especialmente tentador. Los rigores climatológicos y los peligros propios de las guerras nunca han sido elementos atractivos para nadie. Fue por entonces cuando se popularizó la figura del famoso Capitán Arana, un tipo de orígenes oscuros, a mitad de camino entre la milicia y la empresa, que hizo fama y fortuna inflamando el ánimo y –presumiblemente- engañando a centenares de jóvenes incautos a los que prometía el oro y el moro por engancharse a la recluta. Los embarques de Arana (Araña, para la posteridad) siempre tenían una misma característica: el capitán nunca subía al barco con la tropa para acompañarla en su búsqueda de fama y gloria. De ahí que la figura de “actuar como el Capitán Araña” haya quedado registrada en el imaginario popular para identificar al que enardece a los demás para que acometan una empresa que le favorece, mientras él queda al margen de las incomodidades de las refriegas. Y una vez hecha esta explicación, para situar los orígenes del Capitán Araña donde deben y no en un cómic de la Marvel, como quizás piense algún letraherido de la LOGSE, diré que no pude evitar recordar esta historia cuando vi al secretario general del PSOE de Almería, José Luis Sánchez Teruel, llamando a la rebelión popular por los birriosos presupuestos del Estado para Almería. Quien jamás, -repito, jamás- ha alzado la voz contra los numerosos e indiscutibles ninguneos de la Junta de Sevilla con Almería, quiere capitanear ahora una revuelta exigiendo mejor trato para nuestra provincia. Pues allá quien se deje embarcar.
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