Una ciudad sin música es como una ciudad sin árboles, es decir, que no es una ciudad, sino un páramo, un erial, un yermo habitado. Sin embargo, música y árboles se hallan en vías de extinción, si no extinguidos, en nuestros pueblos y ciudades. La extrema rusticidad de ediles y corregidores, que les inclina más al cemento y a la bicicleta que al sonido líquido del arpa y a la bóveda vegetal que eleva la categoría y el confort de las calles, está provocando la agonía de esas agrupaciones musicales públicas que ejecutaban tronantes o delicadas piezas en las plazas, en los parques, para el deleite y la educación de la ciudadanía.
En Madrid, su gran Banda Sinfónica Municipal, una de las mejores del mundo, intenta reponerse del paso por la concejalía de Cultura de la infausta Celia Meyer, pero intenta, sobre todo, reponer el número de sus componentes, casi un centenar antaño y hoy apenas 70. Esta Banda, mezcla en realidad de gran banda y de orquesta sinfónica, ofrecía hace 85 años, tal día como hoy, un concierto extraordinario, junto al Orfeón Donostiarra, en conmemoración del primer aniversario de la proclamación de la II República Española. Mi padre estaba allí. Hoy nadie, o casi nadie, puede decir que está donde están las bandas, pues éstas no se hallan, construyendo urbanidad, en casi ningún sitio.
Durante éstos días, admirables pero algo horrísonos grupos de cornetas y tambores acompañan las procesiones, así como algunas bandas municipales, en cuadro, que sólo se emplean en éstas fechas y para éstos menesteres, y no para infundir a las mañanas laicas de los días feriados una calidad que sólo proporciona la buena música al aire libre y para todos. La Música, hay que decirlo, les importa una mierda a los munícipes, o, cuando menos, la buena música. Una molestia y un engorro para ellos, como los árboles, como todo cuanto crea belleza, refinamiento y ciudadanía.
Uno no se creerá lo del "cambio" que venden algunos gestores municipales hasta que vea, oiga, a sus bandas de música, íntegras, tocar en sus templetes y en los jardines. Acaso porque hace 85 años, tal día como hoy, en el concierto del primer aniversario de la República, mi padre estaba allí.
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