Nos importan un pito las decisiones judiciales. Sólo estamos de acuerdo con ellas cuando coinciden con nuestros prejuicios, es decir, con la creencia que tenemos de la culpabilidad o no de los acusados previa a la vista procesal. Si no es así, las consideramos una burla, una injusticia o simplemente un amaño.
Lo dicho vale para cualquier caso, no sólo para las cuestiones políticas, en las que uno se alinea previamente, según sea del PP, de Podemos o separatista catalán, pongo por caso, sin importarle argumentos, hechos, razones o pruebas. Si la sentencia no se acomoda a nuestra creencia, dictaminamos que es una cagada.
Lo último, la exculpación de abuso de menores al cura del clan de los Romanones. A pesar de la sentencia, he visto un foro en el que había no una ni dos opiniones en contra de los jueces, ¡sino 800! Todas en el mismo sentido. Y de gente que, por supuesto, ni ha leído la sentencia en su integridad, ni ha asistido al juicio, ni conoce los pormenores de la instrucción del caso, ni ha verificado una sola de las pruebas.
Esa gente, y otras, en casos diferentes, ya tenía hecho su veredicto antes de que se hubiese iniciado el juicio.
Según los particulares prejuicios de cada uno, las penas que imponen los tribunales son insignificantes, si no concuerdan con nuestra apreciación de la gravedad del delito, o injustas, si creemos que el inculpado no ha cometido ningún crimen. Da lo mismo lo que razone o pruebe el tribunal.
Ya que somos más listos que los jueces, propongo que se abolan los tribunales y se sustituyan por encuestas en Internet. Las condenas las decidiría, entonces, la mayoría de participantes: dado que nadie cree en el principio de presunción de inocencia, así seríamos más consecuentes con nuestros prejuicios...
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