A Pedro Sánchez se le dan mejor las elecciones internas que las externas, pero ya habrá ocasión en el futuro de comprobar si sufre alguna variación esa tendencia. Sea como fuere, los militantes del PSOE, las bases, vivieron el domingo, o cuando menos la mitad de ellos, un día jubilar de reparación y de gloria.
Si en las anteriores primarias, las de 2014, a Pedro Sánchez le auparon los que en octubre pasado le defenestraron inicua y momentáneamente, en estas de ahora le han vuelto a aupar los mismos. Ideas de gran calado, aciertos políticos o éxitos electorales no atesora muchos el ex-alero del Estudiantes, de modo que su victoria no puede atribuirse sino a la inanidad, a los errores y a las pifias de Susana Díaz, esa su contrincante que aglutinaba a todos sus adversarios.
Daba cosa ver al secretario general redivivo levantar tímidamente el puño y balbucir La Internacional, que no se sabe, en los instantes siguientes a la confirmación de su triunfo, rodeado de "la militancia". Era ésta, preterida y ninguneada desde hace décadas, la que le había llevado físicamente hasta allí, a colocarle el laurel en la misma instancia donde hace ocho meses se le dio a beber la cicuta, pero ahora Pedro Sánchez tiene que averiguar qué hace con ella, pues sólo de militancia no vive un partido que aspira a ganar elecciones mediante los votos de una masa ideológicamente imprecisa que ni se sabe La Internacional, como Pedro, ni tiene la menor intención de aprendérsela.
Por lo demás, saber ganar es, contra lo que se supone, tan difícil como saber perder. O más. Susana Díaz ya ha demostrado que perder no sabe, pues todas sus tablas no le alcanzaron para amagar en público una felicitación nominal al vencedor ni una sonrisa en la violenta foto con sus adversarios tras conocerse el resultado, pero ahora le toca a Pedro saber ganar, mayormente para infundir entre su "militancia" la esperanza de que pueda ganar algo de verdad algún día.
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