Cómo saber si el Gobierno acierta cuando, a través de varias voces, habla de ‘golpe de Estado’ en Cataluña? ¿Cómo interpretar a quienes se refieren a los intentos de ‘sedición’ secesionista por parte de la Generalitat? Y ¿cómo compaginarlo con la fiesta catalana en Madrid, viendo a Puigdemont junto al Rey (y junto al ministro Méndez de Vigo, uno de los que habló de golpismo) en el palco del Vicente Calderón, celebrando la victoria del Barça en la Copa? Pues eso: que vivimos en una contradicción permanente de la que, aunque sea de manera temporal, con ‘conllevanza’, habremos de salir. Pero no será solamente con discursos de autoridad, del tipo ‘ni puedo, ni quiero’ autorizar un referéndum, como hasta ahora viene haciendo Mariano Rajoy, como salgamos del marasmo. Ni con brillantes desfiles. Aunque la ‘firmeza de posiciones rajoyanas’ algo ayude, bastante más habrá que hacer. Pero ¿qué?
He hablado con gentes que me consta que han aconsejado a Rajoy algo inteligente: dirigirse, ahora que se está analizando muy pormenorizadamente a la sociedad de Cataluña, a ese siete por ciento de catalanes que no son abiertamente partidarios de la independencia, pero sí de fuertes avances autonómicos y, desde luego, sí que desean ejercer su derecho a decidir en unas urnas autonómicas. Eso es algo que anhela al menos el setenta por ciento de quienes se sienten catalanes y, de una u otra forma, hay que constatar que urnas tendrá que haber, y las habrá más pronto que tarde.
Es la primera realidad a la que habrá de enfrentarse Rajoy: algo habrá que mover en ese sentido. Organizar desde el Estado un referéndum, adecuado a los preceptos de la Constitución, para ganarlo. No podrá, claro, ser una consulta del tipo ‘¿quiere usted que Cataluña sea independiente?’, porque eso, en las normas fundamentales, no cabe. Pero sí podría consultarse, como dice el artículo 152.2 de la Constitución, a los empadronados en la Comunidad Autónoma catalana acerca de un Estatut reformado. E incluso acerca de una Constitución reformada. Porque caben avances económicos -y Rajoy ha probado ser un maestro en negociar partidas dinerarias a cambio de votos, por ejemplo para sus Presupuestos -y también políticos: ¿por qué no reconocer, como ya se hace en el prólogo del actual Estatut, que Catalunya es una nación dentro de la nación española? ¿A qué ha venido tanto escándalo en la Villa et Corte, donde cada día se propugnan más medidas de ‘dureza’ con los ‘sediciosos’, cuando el renacido y reinventado Pedro Sánchez se ha referido a esta cuestión?
No me cabe en la cabeza que el ‘seny catalán, del que tan pocas muestras dan estos días los responsables de la Generalitat, rechazase una consulta referida a una clara mejora en la vida de los habitantes de esa autonomía, al tiempo que se ven satisfechas algunas reivindicaciones ‘políticas’ que casi no pasan de lo semántico. Lo que ocurre es que alguien tiene que proponérselo, negro sobre blanco, y crece la sensación de que la ‘operación diálogo’, en la que se hallaba embarcada Soraya Sáenz de Santamaría con el vicepresident Oriol Junqueras, tiene algún boquete por donde entra el agua a raudales.
Lástima que la política española sea tan personalista, tan clásica -iba a decir vieja- y que se deje conducir por rencillas, vendettas y protagonismos que a nada conducen. Lo digo porque no sé cuánto tiempo más habrá que esperar para que PP, Ciudadanos y PSOE, y hasta Podemos, si es posible encontrar ahí algún atisbo de sentido trascendente, se embarquen en una negociación conjunta con la Generalitat... y con la sociedad. Buscando la aquiescencia de ese siete por ciento de catalanes que, sumados al otro cincuenta por ciento que rechaza la independencia, venza de una vez, aunque no sea de una vez por todas -ah, la conllevanza orteguiana...-, los inútiles, pero tan dañinos, empeños independentistas. Ese referéndum, plenamente constitucional, así, lo ganaríamos los que deseamos una España unida. Pero es imprescindible una gran operación de Estado.
Claro, con Rajoy en el Olimpo, con Sánchez en el ‘no y no’, con Rivera en la impotencia y con Podemos en el trapecio de las mociones vociferantes, con los maquinistas del tren de la Generalitat enloquecidos, solo podremos constatar que estamos como hace un año y medio, instalados en ese nefasto 2016 que solo sirvió para empeorarlo todo . Y no sé si para ese viaje nos han sido necesarias tantas alforjas, tantas amenazas, tantas bravatas, tanta diplocat y tantas zarandajas.
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