Salió Irene Montero, que allí está por lo que está, a demostrar que era capaz de sostenerse dos horas en el atril del hemiciclo sin tumbar de aburrimiento a Sus Señorías. Creo que lo logró. Pero, claro, vencer a un dinosaurio como Mariano Rajoy, con más experiencia, más coña gallega y más información -fíjese usted que no hablo de si tiene o no más razón-, era un imposible. Montero no es esa Pasionaria a la que uno alcanzó a conocer hace cuarenta años, sentada en la Mesa de edad del Congreso salido de las primeras elecciones democráticas. Claro que Pablo Iglesias no es aquel -ojo, aquel, no este- Felipe González de hace cuatro décadas. Ni, desde luego, Rajoy, con toda su veteranía, es Adolfo Suárez. Así que de expectativas de auténtico cambio, de regeneración, de ideas nuevas, ni hablamos.
Debo reconocer que me sorprendió la fogosidad, algo de asamblea de Facultad aún, de Irene Montero. Se hará una buena parlamentaria: llevaba la lección estudiada, aunque quizá no del todo aprendida. Ni aprehendida. No se puede saber de todo en apenas un año. También confieso que me impresionó favorablemente que Rajoy saliese, en persona y en carne mortal, a responder a quienes lo censuraban. Me consta que hubo quienes, desde las filas ´populares, le aconsejaron extremarse en el desdén y no salir al atril sino, acaso, hasta el final, un Rajoy bostezante y altivo, lejano. No fue así: se fajó porque tenía con qué hacerlo, y dejó a la cuasi neófita Montero en un nivel inferior, aunque no tan destrozada como él hubiese, claro está, querido.
Salió Iglesias, el candidato alternativo, a insistir en la visión de la España negra frente a la rosa que mostraba Rajoy: un clásico en los debates sobre el estado de la nación, que es lo que casi fue esta sesión parlamentaria, al menos en sus primeras horas. Es lo malo: que siempre se presenta la España tenebrosa frente a la luminosa. Y no: en España hay Anglada Camarasa y Sorolla, pero también Zurbarán o los pintores de las brumas gallegas. Y los de la generación de El Paso, y Dalí, y Picasso, y... Muchas tonalidades diferentes, contrapuestas, complementarias.
Propuso Iglesias medidas “regeneradoras” (o regeneracionistas, aventuraría yo) que no lograron impactar en las retinas ni en los cerebros de los telespectadores, al parecer. No, Iglesias no convence con sus propuestas de cambio ni siquiera, me parece, a los cinco millones que le han votado. Montero, con su pintura desgarrada de una España difícil de reconocer, menos aún. Esta no es la España de Montero. Ni, ya que estamos, la de Montoro. Ni, déjeme jugar con las palabras, la de las mentiras. No convencen ni la pareja ni Rajoy con sus muy diferentes, sesgadas, versiones de cómo anda este país nuestro. Pero nunca se encontrarán unos y otros en el camino: hace falta una tercera España que reconozca lo bueno y trate de arreglar lo malo. Y Rajoy se queja de que le hayan puesto una moción de censura cuando la Legislatura no tiene más que siete meses, olvidado que Adolfo Suárez, en apenas once meses, dió la vuelta al Estado como un calcetín. El, ni en once meses, ni en cinco años, sería capaz de tanto arrojo como el del sucesor de Carlos Arias Navarro.
Y no, Pablo Iglesias Turrión no es el auténtico revolucionario Pablo Iglesias Posse, a quien los volatines de su homónimo seguramente le están haciendo revolverse en su tumba. Montero, ya digo, no es Dolores Ibarruri, ni Rajoy es, contra lo que sugirió Pablo Iglesias (T) en su absurda lección de historia durante su intervención inicial, Cánovas. Ni el propio Iglesias (T) es, insisto, ni Iglesias (P) ni siquiera su admirado Tsipras, que al final tanto realismo está mostrando ante la situación que vive su país.
Ni España es hoy -hoy- el país corrupto que pintan los de Podemos ni la nación de trinos y flores que el flemático Rajoy sugiere. Aunque, si le digo a usted la verdad, entre la pintura morada de Podemos y la azul del cielo con gaviotas, casi me quedo con esta última: este país, con todas sus lacerantes e indignantes desigualdades, con su tradición de corruptelas, funciona, como constatan todos los españoles que viajan. Lo que pasa es que Rajoy tiende a desaprovechar todas las oportunidades que se le dan -y esta era una, malgré Iglesias (T)- de mostrarse como un estadista: se pierde por una ironía, que no es difícil cuando te bates con Montero. O cuando tienes a Montoro en tus filas. O a Iglesias (T) enfrente.
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