Tengo que aguantar. Aunque no duerma. No consiga hacer una respiración profunda. Me estallen las sienes y la frente. Tengo que aguantar.
La estabilidad emocional ha salido de mi vida. Lo mismo estoy eufórica, creyendo que el mundo es mío y puedo con todo, que al día siguiente estoy pensando en que no hay salida y me voy a morir.
Y eso que vivo cosas bonitas. Cada día salgo buscando la felicidad, y algunas veces me sonríe. Pero no puedo evitar el darme cuenta de lo que me rodea, y eso es infalible.
Ayer estuve en Cala San Vicente, y el baño fue fabuloso, lo mismo que el entorno natural. Sin embargo, a la fuerza hay que ver esos monstruosos hoteles levantados, como cajas cuadradas o rectangulares, al lado de la orilla. Y si voy a Cala Salada, de pronto es como si entrara en la era troglodita. Pinos, rocas, arena, casetas de pescadores a ambos lados, haciendo orilla entre el mar y la roca. Y barquitos en la mar.
Pero enseguida me embarga la sensación de ver a los humanos como unos invasores de la naturaleza. Hay gente por todos lados. Cerca de mí, sobre las rocas, dos chicas comen pipas sin parar. Y en el mar los barcos llevan la música a tope. Sin embargo, fotografié a una gaviota, a la que he convertido de momento en el símbolo de mi perfil, y después de un tímido baño, subí con María, una compañera aficionada a la fotografía, a las Puertas del Cielo.
Allí sí que se puede uno extasiar. La naturaleza es pura, y sobre la roca que parecía más sobresaliente del acantilado, vimos ponerse al sol y salir a la luna.
Otras tardes, cuando camino sola por el puerto de la ciudad, entre apartamentos, bares, tiendas y barcos de lujo, veo el brillo y la limpieza en todos los objetos, pero si miro al mar el agua está sucia. Sin embargo, si camino más adelante puedo llegar al faro, y sentir la brisa fresca del fondo del mar.
Pero lo que más me reconforta, sobre todas las cosas, sucede a la vuelta, cuando entro de nuevo en mi cotidianidad, y me abstraigo del momento, sin darme cuenta de por dónde voy. Solo estoy en mí, y me siento infinita, porque no estoy ni en el espacio ni en el tiempo.
Quizá para mí ese sea el presente. El que tanto añoro. Ahora el tiempo son días, meses y años. Y esa es mi angustia. Desde que empezó el mes de junio estoy deseando que se acabe y, siendo ya una realidad, continúo con mis incertidumbres.
Nunca he pensado en el futuro. He vivido el día a día. A veces puede ser duro, pero se hace con gusto. Estoy tan acostumbrada al instante, que no me parece justo y quiero rebelarme.
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