Ya es bastante extravagante estar de acuerdo en algo con Mariano Rajoy, como para que, encima, abuse de ello. Imposible no coincidir con la apreciación del presidente del Gobierno respecto a aquello que hace inviable un referéndum en Cataluña como el convocado por los independentistas, a menos que uno sea independentista. Sin embargo, a partir de ahí no puede Rajoy exigir más adhesión a sus planes para resolver el grave problema político planteado, pues carece enteramente de ellos.
El no hacer nada, dejar caer la fruta madura o sentarse a ver pasar el cadáver del enemigo, son acciones, inacciones más bien, que apasionan a Mariano Rajoy, casi tanto, paradójicamente. Ahora bien; el cargo que ocupa no le permite, en las actuales circunstancias ni en ningunas otras, semejante ejercicio de indolencia. Si lo único que sabe hacer es ponerse a la altura de los aventureros políticos que manipulan en su beneficio los sentimientos nacionalistas de la mitad de los catalanes, provocando la correspondiente fractura social, e invocar a troche y moche, como hacen éstos, el sagrado nombre de la patria, mejor sería que se fuera con su dontancredismo a otra parte y dejara hacer a los que suponen, con muy buen juicio, que se necesita hacer algo.
Uno no sabe en qué consiste exactamente el plan del PSOE para evitar males mayores, esto es, que el 1 de octubre se produzca en Cataluña el caos que la CUP anhela y que tal vez Rajoy prefiere como fórmula caída del cielo para la ilusoria auto-desactivación del proceso sedicioso en marcha. Nadie sabe, en realidad, en qué consiste ese plan del PSOE, pero, ante la escandalosa ausencia de otras alternativas políticas, merecería la pena que lo detallara y que se le prestara alguna atención, siquiera para poner racionalidad, discusión e ideas donde hoy sólo hay una expectación inerme, vacía y, en consecuencia, un punto suicida. La riada de la Historia, que se mueve todos los días, suele arramblar con la materia inerte.
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