Aseguran que la agenda de Mariano Rajoy está prácticamente paralizada hasta el jueves; por lo visto, el presidente estudia con sus asesores legales las respuestas a dar al tribunal del ‘caso Gürtel 1’ cuando, este miércoles, comparezca en calidad de testigo en el peculiar y desangelado polígono industrial de San Fernando de Henares donde tiene lugar la vista oral. No va a ser la suya una comparecencia testifical cualquiera, ni, presumiblemente, las preguntas de abogados y fiscales se van a limitar a lo que figura en la agenda, que se refiere a la financiación presuntamente ilícita de las campañas del PP en Pozuelo y Majadahonda durante un período comprendido entre 1999 y 2005. Está claro que, ya que se ha forzado al presidente del Gobierno a acudir en persona (y no por plasma) como testigo, las partes interesadas aprovecharán la ocasión para intentar pasar revista, cual si fuesen una comisión parlamentaria, a muchas otras cuestiones relacionadas con la pasada corrupción del partido hoy gobernante en España. Y, sin embargo, en mi opinión, no será esta la cita más importante de la semana de pasión prevacacional que se inicia este lunes para Rajoy; ni quizá vaya a ser la cita más difícil.
Ya sabemos que posiblemente haya manifestantes en los alrededores del polígono industrial, en las que podrían verse algunas duras pancartas dirigidas al testigo estelar del día (habrá otros, como el actual presidente del Senado, Pío García Escudero) y nadie puede descartar algunas no menos duras acusaciones contra Rajoy emanadas de líderes de la oposición: no puede olvidarse que fue, al fin y al cabo, una asociación de abogados próximos al PSOE la que suscitó que, ya que iban a declarar los demás que fueron secretarios generales del PP, ¿qué justificaba que no fuese Rajoy a comparecer ante el tribunal? Y recordemos que solamente uno de los tres jueces, el presidente de la Sala Angel Hurtado, se manifestó en contra de que esta comparecencia fuese en persona: alegaban los otros dos (Julio de Diego y José Ricardo de Prada) que, si lo hacía por plasma desde La Moncloa, podría tener asesores ocultos que desvirtuarían el principio de igualdad ante la ley, aunque se trate de un testigo. Espectáculo político-judicial, pues, garantizado.
Pienso que, pese a todo el despliegue emocional que su presencia suscita, Rajoy va a salir relativamente bien de esto. Se aferrará a que él nada sabía del caso en cuestión y a que toda aquella corrupción es cosa pasada y casi siempre castigada. Y lo cierto es que nadie sostiene que el presidente y ex alto cargo en muchos puestos del PP y del Gobierno se haya lucrado de manera ilícita de una corrupción circundante que él se preocupó más bien poco de atajar de manera contundente, es cierto, pero de la que difícilmente podrá demostrarse que se lucró personalmente, con o sin sobresueldos de por medio. Yo pienso, y así lo digo, que Rajoy es persona sustancialmente honrada, por muy despistado o perezoso que se haya mostrado con el mal comportamiento de varios de sus allegados.
Lo que me parece sorprendente es que estos asesores no parezcan haber entendido que, con esta comparecencia del miércoles, y con la que se vea quizá forzado a aceptar en otoño ante el Congreso de los Diputados, en la comisión correspondiente, Rajoy cerraría el capítulo que más le ha venido angustiando durante años, el sentirse cercado por esta mala conducta de algunos de los suyos. Y, entonces, podrá el presidente dedicarse por entero a afrontar cuestiones que están ahí, como en la retaguardia de su actividad, abordándose como con sordina, y pienso fundamentalmente, claro está, en Cataluña. Dicen que Rajoy tiene ‘algún anuncio’ preparado con relación a Cataluña, donde, por cierto, se celebrará este martes la conmemoración de los 25 años desde que se celebraron las olimpiadas.
Menuda diferencia de clima político y social entre entonces y ahora. Rajoy era un ex diputado de 37 años, que acababa de ennoviarse con la que iba a ser su mujer y a quien faltaban aún cuatro años para alcanzar su primer ministerio, el de Administraciones Públicas, con el recién estrenado (1996) Gobierno de Aznar. Puigdemont hacía colaboraciones periodísticas para El Punt y Ada Colau, tenía 18 años y acababa de iniciar su vida política como manifestante contra la guerra del Golfo. Sí, han cambiado mucho los rostros, las actitudes y muchas cosas han sucedido, como es lógico, en este cuarto de siglo. Pero ¿ha sido tanta la mudanza como para que, en las relaciones entre Cataluña y el resto de España, hayamos llegado donde hemos llegado? Creo que esto ni Rajoy en sus comparecencias de esta y las próximas semanas, será capaz de explicarlo y, menos, de afrontarlo. Eso sí que van a ser, a este paso, sapos y culebras para el presidente... y para todos los demás.
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