Si no fuese porque Trump lleva ya seis meses desordenando cuanto encuentra a su paso, uno diría que lo que está ocurriendo cuando algunos atrapan un micrófono, o una red social, es cosa del verano. Pero no: la patada - algunos tratan de decirnos que dimisión - al director de comunicación de la Casa Blanca, el, ejem, peculiar Anthony Scaramucci, diez días después de haber sido contratado, no es cosa de los calores estivales. Y lo peor es que las desmesuras de Donald Trump, del que Scaramucci no era más que un portavoz al fin y al cabo, empiezan a extenderse por el mundo. Yo diría que ya hay un 'síndrome Scaramucci', una ‘scaramuzzimanía’ en tantas escaramuzas que llevan estos días portavoces incorporados. Y ello, me temo, ocurre, ay, aquí, en España, con mayor frecuencia e intensidad aún que en otros de los llamados países de nuestro entorno.
Se llama escaramuza, dice el diccionario, a una batalla, disputa o contienda de poca importancia entre las avanzadillas de los ejércitos.
Pues menudo veranito nos están dando algunas avanzadillas, con sus peculiares interpretaciones legales (o ilegales) de lo que hacen o no hacen en la comunidad de Cataluña.
Y no digamos ya sobre las voces que he podido escuchar en las ondas radiofónicas, que se las lleva el viento pero aquí quedan, comparando lo que está ocurriendo con Cataluña con Venezuela. Es una menuda desmesura.
Salen ahora desvergonzados e incapaces dialécticos por todas las esquinas, y lo mismo acogen los micros a 'portavoces' de la CUP, o de su rama más loca, Arran -la que quema los autobuses turísticos, sí-, que a Arnaldo Otegi calificando de asesinato la muerte por infarto en la cárcel de un preso etarra.
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