La cobardía de la humanidad

Francisco Muro de Iscar
23:56 • 09 ago. 2017

Basta leer o escuchar las noticias para comprobar que solo es verano en algunas partes y que para millones de personas no hay vacaciones sino dolor y miedo. La ex fiscal de la ONU especializada en la lucha contra crímenes de guerra, Carla del Ponte, ha abandonado la comisión de investigación de la ONU para Siria manifestando que es imposible llegar a acuerdos porque nadie de los implicados los quiere. “Somos impotentes. No hay justicia para Siria”, ha dicho. Y eso a pesar de que, como añade Del Ponte, “los crímenes terribles cometidos en Siria no los vi ni en Ruanda ni en la ex Yugoslavia. En Siria todo el mundo es malo. El Gobierno de Assad ha cometido terribles crímenes contra la humanidad usando armas químicas y la oposición está compuesta sólo de extremistas y terroristas”. Después de más de cinco años de guerra civil, el balance es de más de 250.000 muertos y millón y medio de heridos, más de un millón y medio de sirios huidos a Europa y muchos millones más de desplazados en otros países, así como seis mil cadáveres en el Mediterráneo. Algunos sirios que tratan de volver a sus territorios de origen, pura devastación, se enfrentan a todo tipo de peligros y amenazas. Y los países “civilizados y democráticos”, los defensores de los derechos humanos compiten no para restaurar la paz sino por sus intereses económicos o geoestratégicos.
Mientras esto sucede patrulleras libias, pagadas con dinero europeo, abren fuego contra las embarcaciones de las ONGs que se juegan la vida para salvar a los que huyen del terror y la muerte. 
Y un barco de una organización xenófoba europea navega con libertad con el objetivo de hundir todas las pateras que se encuentre por el camino. Italia ha confiscado el barco de una ONG que se negó a firmar el nuevo código de conducta en el apoyo a las víctimas, pero nadie paraliza al barco asesino. 
En Libia -otro conflicto del que los europeos nos hemos olvidado aunque la tragedia sigue viva- los inmigrantes son tratados como esclavos, maltratados, extorsionados, vendidos o intercambiados entre mafias en campos de refugiados oficiales o “irregulares”. 
Y Europa mira para otro lado.







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