El jefe de los Mossos d’Esquadra, Josep Lluís Trapero, ha acusado al director de El Periódico, Enric Hernández, de “escribir al dictado”. Es lo más feo que se puede decir de un periodista: que no cuenta lo que es cierto, sino lo que le interesa a quien le manda, le intoxica o le manipula. La de Dios.
Supongo que eso sucede a veces. Yo no le he hecho nunca, desde el primer artículo infantil que escribí hace la friolera de unos sesenta años. Tampoco cuando ocupé el puesto profesional de Enric y El Periódico publicó entonces, bajo mi responsabilidad, el sumario en el que se le acusaba a Jordi Pujol de su implicación en el caso Banca Catalana. ¡Faltaría más!
Quienes, en cambio, acusan a otros de escribir al dictado suelen ser, precisamente, algunos políticos o similares que, ellos sí, no cuentan lo que sucede realmente sino lo que a ellos mismos o a sus jefes les conviene que se diga: por eso conocen de primera mano lo de “escribir al dictado”.
Ellos son los que, ante la imposibilidad de que la noticia desaparezca, intentan matar al mensajero de la misma, en expresión que se remonta al historiador griego Plutarco; fíjense si ya lleva años inventado el nefasto sistema de desvirtuación de la realidad.
Lo lógico sería que en el sistema democrático en el que ahora vivimos estas prácticas hubieran desaparecido. Sin embargo, los poderes políticos y económicos que inundan de publicidad, halagos, favores, exclusivas y contratos a los medios siguen asombrándose todavía de que éstos no correspondan siempre a esos presuntos e interesados desvelos con su silencio cómplice y sigan contando lo que ocurre en vez de “escribir al dictado”, como sí querrían que hiciesen todos los Trapero que en el mundo existen y que precisamente se quejan de ello.
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