Puedo escribir la crónica más triste

Fernando Jáuregui
01:00 • 02 oct. 2017

Creo que esta es la crónica más difícil que me haya tocado escribir nunca en mi casi medio siglo de vida profesional. Ya ni siquiera sé qué es lo que debo, puedo, quiero, decir. Escribo desde Barcelona, tras una mañana en la que he visto colas de cuatro o más horas para votar simplemente para ciscarse 'en Madrit', he visto provocaciones a las fuerzas del orden y represión quizá algo más allá de lo correspondiente por parte de estas en algunos casos, espero que aislados. El socialista Miquel Iceta, que es un referente de la política catalana, pidió que Mariano Rajoy y el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, dimitan de inmediato, ya que no pueden dialogar. El Govern decía que se produjeron más de trescientos heridos en los enfrentamientos en los colegios electorales, y el delegado del Gobierno en Cataluña argumentaba que casi dos decenas de policías y guardias civiles habían también resultado heridos. Durante toda la mañana del domingo, televisiones y medios de internet de todo el mundo lanzaban imágenes indeseables para cualquier democracia. Hasta el Barça tuvo que pensar en jugar a puerta cerrada: o sea, ni el fútbol, que popularmente es lo más vistoso, fue lo que era. Un auténtico desastre, vamos.
¿Tenía razón Rajoy con su política de pasividad, asegurando que nada iba a pasar? Sabíamos todos que 'algo', sin saber muy bien qué, iba a ocurrir. La política de dejar que los problemas se pudran no surtió efecto en este caso. No, referéndum no ha habido, pero normalidad tampoco, y todos sabíamos desde hace semanas tanto una cosa como otra. Lo menos que se puede decir es que Mariano Rajoy y su equipo más próximo de asesores tienen que meditar en que nada puede volver a ser lo mismo que hasta este 1 de octubre. El día 2, este lunes, algo, mucho, tiene que cambiar en la dinámica política de nuestro país, algo en el llamado estado de las autonomías, algo en la política de comunicación del Ejecutivo, algo en la marcha algo elefantiásica de Mariano Rajoy. Quizá sea hoy el día para admitir que hay que abrir una segunda, quizá tercera, transición en la democracia española. Y hay que inaugurar una nueva era en las actuaciones de la oposición. Los críticos del PP, del PSOE, de ese Podemos con dos cabezas como Jano, posiblemente tenían razón: hay que pensar de otra manera y actuar muy de otra forma.
Y, claro, algo tiene que cambiar en Cataluña. Imposible que un Govern, una Generalitat, no paguen por lo actuado. Puigdemont, dígase lo que se diga, está incapacitado para gobernar un territorio, que es una Comunidad Autónoma, tan importante como Cataluña. Los líderes políticos regionales, que han puesto al territorio no al borde de un ataque de nervios, sino en modo infarto, tienen que pensar en irse de inmediato. La sociedad civil tiene que empezar a reaccionar, quizá con ira. Nada puede ya ser igual. La revolución no ha les ha funcionado, pero la continuidad, incluso la de ellos, ya es imposible.
La política de Rajoy en Cataluña ha sido nefasta. No sé qué se pretendía con esa pasividad tan escandalosa. Muchos nos vimos en la necesidad de apoyar, pero muy críticamente, al Gobierno central, pero la credibilidad de Rajoy está muy seriamente tocada. Aún no ha salido a hablar a los españoles cuando termino de escribir este muy dolida crónica. Ni siquiera sé si con su marcha se arreglaría la situación, que me temo que tardará años en recomponerse.
Podría seguir alargando el censo de las catástrofes. Que se vayan o, al menos, que cambien a fondo. Que vengan gentes que piensen en las gentes, no en tácticas y estrategias partidistas, egoístas, cortoplacistas, de corto vuelo. Solo piensan en su propio interés. En la rebatiña de votos oportunistas en las próximas elecciones. Y aquí tengo que dejarlo, consciente de que vienen días de intensos acontecimientos, que confío en que sirvan para dar un vuelco a una política que, simplemente, por ambas partes -y conste que no hago equidistancia: sé que Puigdemont y su camarilla son los principales responsables de esto- no solamente no ha funcionado: ha sido socialmente nefasta. Qué mal día este 1 de octubre ¿será mejor el día 2?







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