Los medios audiovisuales de hoy me ponen de muy mal cuerpo. Me quitan las ganas de oír noticias, qué quieren que les diga. En vez de informarme, me crispan. Y no soy el único.
Los culpables de ese lamentable estado de ánimo no son sólo los hechos informativos, pobrecitos ellos, sino también los propios informadores, que rivalizan en ver quién encrespa más al personal.
Por eso, ando como loco por los diales de radio y televisión en busca de emisoras que cuenten los hechos y que no los griten, que ponderen la información en vez de exagerarla y que hagan análisis en lugar de soflamas. Y no logro dar con el punto.
La prueba de que estamos peor informados de lo que creemos la tenemos en el caso del proceso catalanista, ignorado hasta ayer mismo, como el que dice, por la mayoría de presuntos reporteros y comentaristas y que ahora monopoliza todos los medios de comunicación. Da la impresión de que una noche miles de catalanes se acostaron sin ser soberanistas y que al día siguiente se despertaron convertidos en separatistas. Sin transición. Sin un largo período de desarrollo, evolución y metamorfosis. Como si hubiesen ingerido una poción mágica de efectos instantáneos. Los periodistas que hasta ahora no habían dedicado más que un silencioso desdén al asunto, no paran ahora de hablar de él.
No teman, que no voy a hacer lo mismo. Era sólo un ejemplo de cómo los mensajeros no tenemos ni puñetera idea de lo que pasa y nos caemos del guindo cuando ya no hay guindo en el que colgar la hamaca de nuestra ignorancia y nuestra pereza.
Por eso, en vez de informar, gritamos, y en vez de mostrar los hechos acabamos por deformarlos. Y, encima, presumimos de ser objetivos y neutrales.
No tenemos remedio.
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