El genocidio se define como el exterminio sistemático de un grupo humano por motivos de raza, religión o política, pero en el caso que nos ocupa; el genocida climático, este exterminio no se produce en tiempo presente, sino como futurible, y lo hará por motivos de ignorancia, por lo general, conveniente a diversos intereses.
El genocida climático es un negacionista del cambio climático, que superado de ignorancia, impulsado generalmente por la codicia, y respaldándose siempre en el poder, causará daños irreparables al planeta. Grandes genocidas de infausto recuerdo abonan la historia de la humanidad, pero todos ellos, al igual que el climático, jamás quisieron enfrentarse a sus fantasmas. A diferencia del que nos ocupa, aquellos eran generadores de un horror inmediato, visible, mensurable. Los genocidas climáticos no son conscientes de los estragos que provocarán a través de sus palabras traducidas en actos, y nunca mirarán a los ojos de la realidad del daño producido, pues este no es inmediato. Será un dolor a largo plazo, por el que no tengan que pagar un precio legal, ni sufrimiento en sus presuntas conciencias. Existe una pena para todo crimen cometido. Leyes mejores o peores, han sido creadas por los hombres para promover la convivencia, pero todas ellas, aplicables sólo dentro de nuestro concepto tiempo funcional; días, meses, años… El genocida climático, nunca podrá ser juzgado, porque el resultado de sus actos se mide en una escala de tiempo geológico, y no estará aquí para pagar por ellos.
El histriónico Trump inunda ahora nuestras mentes, pero hay más en diferentes países “civilizados”. En el nuestro, he escuchado a políticos de primera fila y rostro bonachón, regodearse en ironía sobre el tema medioambiental con hiriente irresponsabilidad. No les basta con negarse a implementar medidas de cambio hacía modelos sostenibles y plegarse a la dictadura de las grandes corporaciones, además nos escupen su ofensiva ignorancia con media sonrisa cruzada en la cara. Venden que el futuro traerá esto y aquello, pero no quieren darse cuenta de que el futuro empezó ayer. Ya existen medidas a nuestro alcance que podrían ponerse en inmediato funcionamiento, viables económicamente, sostenibles, avanzadas. No son utopías ni ciencia ficción, es la realidad que en países como Noruega o Islandia sirven de brújula para que la imitemos.
El genocida climático ensucia y pervierte la palabra en la búsqueda de estúpidos réditos electorales que le perpetúen en el cortoplacismo de su gobernanza, convirtiendo al verbo en una poderosa arma contra el planeta. Protegido en el postdelito de sus infames actos, seguirá negando la evidencia científica. Desde la reducida visión de su burbuja apunta hacia un futuro ridículo, con la corta perspectiva que le ofrece un exiguo mandato, hasta que otro remedo, le sustituya en la rueda de este siniestro sinsentido evolutivo.
El Polo Norte se desintegra al tiempo que la incontinente diarrea verbal de Trump desintegra el acuerdo de París. Cuando ese ser infame abre nuevas vías a energías contaminantes, levanta muros, e incrementa el arsenal bélico mundial al tiempo que remueve los avisperos, me hago sólo dos preguntas, ¿hacia dónde vamos?, y, ¿fue una buena idea traer a mi hijo a este mundo, al que por primera vez, estamos poniendo fecha de caducidad? Algún día tendremos que explicar, porqué permitimos; por omisión, inacción, o por estupidez flagrante, que existiendo personas preparadas e inteligentes, el fino equilibrio de la vida quedase en manos de los más ignorantes idiotas que hayan existido.
Llegados a este punto, las soluciones se me revelan imposibles. Leí una vez, que debemos aprender a deseducar para volver a educarnos, en cierto modo es lo que la filosofía oriental llama vaciar la taza. No sé si eso es posible, o si habría tiempo y voluntad de hacerlo. Lo que sé es, que un día llegará lo que yo denomino “la Gran Verdad” a partir de la cual no existan debates. Aquella que abra nuestras mentes hacia un nuevo estado de lucidez, que se producirá, cuando definitivamente la Tierra se retuerza en contra de nuestras tropelías ecológicas e infame modo de vida, relegándonos a alguna especie de nueva edad media. Un día en el que la rebelión de la naturaleza nos demostrará que nuestro ego humano es insignificante ante ella, que somos prescindibles en un planeta que puede subsistir sin nosotros. Supongo que el genocida climático me llamaría catastrofista, pero pasó ya el momento en el que la realidad supera a la ficción, y es la propia realidad la que se supera a sí misma.
Y finalmente, quisiera ver una luz. Tengo fe en la ciencia y la tecnología, quizá incluso en eso que llaman singularidad tecnológica, una explosión exponencial de la inteligencia que de alguna manera solucione mágicamente los problemas. Pero mientras tanto, como no albergo confianza alguna en el hombre, podíamos dar paso a la siguiente alternativa humana, la mujer. Lo que llaman feminizar el mundo, pues al fin y al cabo, el único problema que tiene y ha tenido este planeta, es el exceso de testosterona. Aunque seguro estoy, de que el genocida climático no sólo es ignorante, insolidario, e intolerante, también será misógino, o al menos, machista.
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