Y, a todo esto, ¿qué fue de la ‘marca España’?

Fernando Jáuregui
01:00 • 18 nov. 2017

La ‘marca España’ no consiste en llevar los colores de la bandera en la corbata, ni en pulseritas rojigualdas, ni en dar cócteles con jamón ibérico, gran producto nacional, en algún centro cultural de Bruselas. Es urgente realizar un plan de comunicación para potenciar esa marca, la de España, que tiene tras de sí tan espléndidas realidades y que tan pobremente se está vendiendo ahora por ahí y por aquí. Es urgente recuperar el orgullo de ser español, sin complejos. Y no menos inmediato ha de ser lanzarse a vender país por todos esos sitios en los que los noticiarios de televisión locales se empeñan ahora en presentarnos poco menos que como una dictadura bananera. Claro, a mí, como sin duda a usted, me han ofendido esas preguntas de la Fiscalía belga sobre la calidad de las prisiones (y de la Justicia) españolas: lo grave es que no tengan ni idea; lo realmente inquietante es que los españoles hayamos permitidos, o hasta fomentado, que ahora campe por sus respetos una idea totalmente equivocada de España. Quienes encarnaban la dirección de la ‘marca España’, gentes hoy casi desaparecidas de la escena, lo mismo que quienes deberían gestionar la comunicación de la cosa pública, desdeñaron comenzar su tarea por donde más importaba: por el interior. Los españoles carecen hoy de ese sentido del Estado que hace que los ciudadanos de una nación se sientan orgullosos de su Historia, de su unidad, de su bandera, de sus costumbres. De ellos mismos. Hace tiempo que el orgullo de ser español se refugia en canciones pachangueras que algunos utilizan para chinchar a los catalanes, en el toro ese del coñac y, como mucho, en la selección nacional de fútbol, cuando mete goles. Y, claro, no es precisamente así. Así que hoy nos hemos convertido en un país triste, desmoralizado como en los tiempos de 1898, desconfiado de sus gobernantes, que se deja sacudir por Putin, por Maduro y por esos fiscales a los que les gustaría que Bélgica dejase de ser un solo país. Y por esos periodistas de tantos otros países que se sienten rechazados cuando reclaman alguna información en La Moncloa, reconozcámoslo también. A ver si logramos que no nos saquen a pasear a Franco cada vez que alguien comete un error y pone a la policía a contener, quizá con mayor virulencia de la debida, a unos manifestantes. Estamos pagando muy caros los cuarenta años de posfranquismo en los que solamente Adolfo Suárez fue capaz de impulsar los cambios imprescindibles: lo demás ha sido todo demasiado conservador. Ahora andamos siempre esperando una mejor oportunidad para regenerar nuestra democracia, perfectible como cualquier otra, pero democracia al fin. Lástima que no todas las fuerzas políticas lo admitan así. Lástima que algunos dirigentes políticos no entiendan que, en una convivencia democrática razonable, hace falta medir el alcalde palabras como ‘preso político’ o ‘presidente delincuente’. Lástima que, por el potro lado, se sigan primando las virtudes del inmovilismo, creyendo se puede estar tan ciego? que todo va bien y que, si va bien, para qué cambiar. La ‘marca España’ necesita ideas, coraje, el concurso de todos -no solamente de los políticos, aunque también. Y, claro, invertir algo de dinero, que esto de la comunicación, la imagen y eso, la marca, exigen algunos desembolsos que si no se hacen no es por austeridad, ni por carencia de fondos, sino por desprecio a eso que se ha dado en llamar comunicación. Y, en ese sentido, Rajoy es un despectivo nato, rodeado por gentes que no han entendido nada de lo que se está cociendo en los tableros nacional e internacionales. ¿Cuánto más habrán de despreciarnos unos togados belgas que nada conocen para que nos concienciemos de que hay que ir a explicarles, a ellos, a todos los demás, y a nosotros mismos, que este puñetero país nuestro es tan democrático como el que más, tiene las cárceles tan limpias para los que merecen estar en ellas como los que más?


 







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