Esta semana se produjo una avalancha humana protagonizada por más de ochocientas personas, durante un reparto de comida en Marruecos. Un hombre rico pretendía dar comida a las familias más pobres de una región rural al sur del país. Al menos 15 personas murieron, algunos medios dicen que 18, incluyendo un bebé.
Los paquetes valían 14 euros (150 dirhams), y contenían: varios kilos de harina, azúcar y una botella de aceite. Todas las víctimas mortales eran mujeres. Y si esto no fuera poco, en el tumulto producido, hubo dos intentos de violación. El benefactor contemplaba la escena desde una azotea tomando imágenes de lo que estaba sucediendo. Ser mujer y pobre es una mezcla mortal, y en este caso, aunque no se hable, viene acompañada de una gran sequía. Olvidamos continuamente que sin agua no hay vida.
En noviembre de este año, el Foro Económico Mundial publicó su informe anual sobre igualdad de género. En este, se concluye que la situación empeoró en relación a 2016 y que faltan 100 años para cerrar la brecha de género y no 83, como se había estimado en el informe anterior.
Dentro de las dimensiones contempladas en el índice, la económica y la de salud continúan siendo las esferas más complejas. En particular, se estima que faltan al menos 217 años para que se cierre la brecha económica por género.
La discriminación va más allá de la nómina, según un informe presentado en el 2012, en el Estado español, las mujeres ganan un 15,3 por ciento menos que los hombres: esto es mucho dinero. “En ningún caso las mujeres perciben mayor remuneración que los hombres ni por condiciones personales, ni empresariales, ni de competitividad”, dice el documento titulado ‘Determinantes sobre la Brecha Salarial de Género en España’, del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y el Consejo Superior de Cámaras de Comercio: esto es injusto y antidemocrático.
Además, las nóminas sólo hablan del espacio fuera de lo doméstico. En la economía convencional no se ve reflejado el tiempo de dedicación a los cuidados, reproducción y sustento de calidad de vida, ofreciendo una visión desfigurada de la realidad, invisibilizando el trabajo al cuidado, la reproducción o por ejemplo el trabajo de pequeñas productoras agrícolas o pesca a pequeña escala, no están remunerados y por tanto no entran a formar parte del PIB.
El hombre es el que lleva los ingresos al hogar y la mujer es la que se queda a los cuidados del hogar, su roll en el hogar sigue siendo de hombre-proveedor. En el Estado Español se estima que por cada hombre que abandona su puesto de trabajo por razones familiares lo hacen 27 mujeres, así que la mujer pasa a depender económicamente del hombre y si este desaparece la mujer tiene más posibilidad de caer en la pobreza, por ejemplo, tras un divorcio o por el sistema de pensiones.
Además el trabajo de las mujeres está peor pagado y tiene menos prestigio, como por ejemplo cuidado de niños, trabajos de limpieza, secretarias, etc. Hay una feminización de la pobreza por lo que urge vincular lo económico, con lo social y lo ecológico porque esta crisis no es solo económica. La producción de vida es una precondición para la producción mercantil y en este espacio la solidaridad y el cuidado a la vida están ausentes. Cada vez es más difícil acceder al agua potable, minerales, energía, biodiversidad, etc. Así que hay que construir una alternativa al obtener, extraer, explotar, y apropiarse del trabajo para producir y cuidar vida, reflexionando que no podemos vivir sin amor, sin que nos alimenten y sin que nos cuiden cuando lo necesitamos.
“El ser humano, como especie, al principio de su vida y al final necesita de cuidados y en otros momentos de su vida por enfermedad”, nos recuerda la ecofeminista Yayo Herrero, licenciada en Antropología Social y Cultural e Ingeniera Agrícola. Hay que buscar una sociedad más justa, equitativa y sostenible donde las relaciones sean más horizontales y solidarias, por lo que hay que ir creando una alternativa de manera conjunta con ideas nuevas que surgirán desde lo local, apostando por la cultura de suficiencia, reduciendo el consumo y situando el cuidado de las personas en el centro del sistema.
Dice Barry Lopez en su libro ‘Sueños árticos’ que: “hay que apelar a nuestra imaginación colectiva con una urgencia desconocida hasta ahora. Necesitamos no sólo otro tipo de lógica, otro tipo de conocimiento. Necesitamos una sensibilidad filosófica radicalmente diferente”. El camino será largo mientras construimos esta alternativa y preguntas habrá muchas para debatir. Hago la primera: ¿y si empezamos a trabajar para vivir?
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