Puede que haya vida política fuera de Cataluña, pero cuesta encontrarla. El culebrón que todo lo devora está anclado en las expectativas del 21D. Los resultados de los comicios afectarán a los ciudadanos del lugar y también a los del resto de España porque en función del resultado tendremos o más ración diaria de política catalana o un período de normalidad política. Política de adultos para adultos. No procesos en lo que los sentimientos secuestran la razón alumbrando escenarios impropios del siglo XXI. Conflictos que desdicen los logros de la Ilustración y devuelven las discrepancias políticas a estadios primitivos.
En democracia no son los pueblos los titulares de identidades sacralizadas por la Historia, somos los ciudadanos, uno a uno, y cada uno con nuestra peculiar forma de ver el mundo, los protagonistas de la política.
Las presuntas identidades colectivas son mitos de dominación creados para manipular a las personas. Quien mezcla sentimientos con política se aleja de lo racional y sucumbe al gregarismo. La democracia es un sistema de reglas ideado para solucionar problemas sin recurrir a la violencia. Frente a los prejuicios y dogmas del nacionalismo político cumple oponer una verdad razonante.
Siguiendo a Kant hay que atreverse a pensar por uno mismo. Trasladado al mundo de la polis significa dejarse guiar por la racionalidad y no por los sentimientos. Rechazar las reescrituras de la Historia es síntoma de buen juicio. Decía Cioran que cuando la masa acepta un mito, para el caso los que cultivan los nacionalistas: el idioma, la patria, la identidad, hay que contar con un drama o peor, aún, con una nueva religión. Frente a ellos y en términos democráticos sólo cabe una respuesta: apostar (votar) por lo racional. Por quienes ofrecen soluciones a los problemas, no por aquellos que los crean para vivir de ellos. ¡Ah! y juzgar a los políticos por sus actos, no por sus promesas.
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