S i el peor enemigo de uno es, por lo común, uno mismo, no sería del todo descabellado suponer que el peor enemigo de la democracia pueda ser la propia democracia, bien que en el caso, como en el de uno, de que ésta sea frágil y más cosmética que real. Algo de esto debe haber en el manejo y en el desarrollo de la asonada de los secesionistas catalanes, quienes, conculcando abiertamente los fundamentos de la democracia (la ley, la Constitución, el decoro institucional...), reciben de ésta su amparo y sus mercedes como lo recibiría quien no traiciona, ni lastima, ni envilece con sus actos la vida comunal.
La debilidad no es democrática, esto es, no vale para defender la libertad y el patrimonio del pueblo de sus posibles depredadores, y éste gobierno del Partido Popular es débil. Y no lo es, naturalmente, porque pretenda actuar con sumisión a la ley, respondiendo a los ilícitos, las burlas, los juegos y las provocaciones de la cúpula secesionista con constantes recursos a los Tribunales, sino porque no gobierna, porque se muestra incapaz de ponerse un paso por delante de quienes atacan a la nación en su base, que es la integridad territorial.
Tan incapaz se muestra el gobierno de Rajoy de dar ese paso audaz que, cuando lo intenta, como en el reciente caso de la apelación al Constitucional para que impidiera la investidura de Puigdemont, le sale de pena por torpeza y precipitación. El gobierno no es Puigdemont: éste, pues actúa fuera de la ley, puede hacer y hace lo que le da la gana, pues no se halla constreñido ni limitado por sujeción alguna al derecho, ni a la decencia, ni a la política siquiera, pero aquél, que sí está sujeto, debe tirar de imaginación y de talento, sobre todo de talento, para resolver la situación que tanto degrada la vida de catalanes y españoles, esto es, de los españoles.
A la hora de escribir éstas líneas, el comediante Puigdemont, tan cobarde e insustancial como astuto, sigue jugando con un país al que su gobierno no protege del descrédito y la humillación. Otro don nadie, ese Roger Torrent de inquietante parecido con Trapero en todos los órdenes, extiende su juego al Parlament que tan inmerecidamente preside. La democracia, no esa democracia apócrifa, de fortuna, cuyo nombre no se les cae de la boca a los antidemócratas de toda laya, sino la democracia, tirita.
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