Cataluña, como en 1934; ¿y el resto de España?

Fernando Jáuregui
21:59 • 04 feb. 2018

Hice una pregunta en el programa de Herrera a la ministra de Defensa y secretaria general del PP sobre la parálisis que parece afectar al Gobierno. Como es lógico, me negó la mayor: dijo que el Ejecutivo está haciendo muchas cosas, y algunas me detalló, sin querer entrar en el fondo de la cuestión, que era, y es, la aparente falta de iniciativas que, desde hace ya dos años, un mes y quince días, mantiene a toda España como atenazada, como pendiente de ver cómo se resuelve Lo Unico, es decir, el conflicto catalán. Y, como el conflicto catalán permanece estancado, habiendo devuelto a Cataluña prácticamente a 1934, todo lo demás se estanca.
Porque a ver quién me dice a mí que es solamente el Parlament, y no también el Parlamento, las Cortes generales, lo que está inoperante. El Congreso de los Diputados y el Senado no han aportado legislación interesante en este tiempo más allá de una aprobación ‘in extremis’ de los Presupuestos, que no se sabe si es algo que volverá a ocurrir este año. Esta semana que comienza se pone fin a las ridículas vacaciones parlamentarias de enero, retornan las sesiones plenarias, las sesiones de control al Ejecutivo, se incrementa la actividad de lo que fueron prometedoras comisiones y subcomisiones de trabajo pero cuya actividad hasta ahora, ha quedado en nada, más allá de los fuegos artificiales de algunas comparecencias. Y la cosa no tiene claras perspectivas de mejora, si Dios y Sus Señorías no lo remedian.
Y a ver quién es capaz de negarme que el Gobierno de Mariano Rajoy, enfrascado en sus discrepancias internas y en el necesario control de lo que (no) pasa en Cataluña, tiene una actividad digna del Ejecutivo de la décima potencia mundial. Todo lo que debería haber sido actividad política -es decir, negociación, iniciativas, búsqueda de salidas, se entregó a manos togadas, corriéndose el riesgo de caer en un “legalismo exacerbado” (algún foro anglosajón ‘dixit’) y en un rigor que La Moncloa cree que es muy apreciado en el resto de España -ha habido un innegable giro a la derecha global en este sentido-, pero que está rasgando la débil tela de cualquier encuentro con Cataluña, incluso con las capas que para nada son independentistas.
Y ahora la parálisis es tal que ni siquiera hay consenso jurídico, ni entre los estudiosos de la ley, sobre cuáles son los plazos para investir al president de la Generalitat, que entretanto, recordémoslo, es alguien que me parece que jamás ha puesto los pies en el Palau de la Plaza de Sant Jaume, es decir, Mariano Rajoy. Y no le culpo a él, sino más bien al lado independentista que increíblemente sigue moralmente liderado por Puigdemont, del desbarajuste; lo que ocurre es que ni los secesionistas tras ganar ‘de aquella manera’ en las urnas, ni Rajoy tras la confesión del fugado ‘Puchi’ de que “el plan de Moncloa ha triunfado”, están sabiendo administrar la victoria. Ni, menos aún, desde luego, la derrota, que de todo está habiendo a ambos lados de la raya.
Y, así, Cataluña está sin autonomía, con un Gobierno en funciones que es el Gobierno de España, con su policía autonómica casi inoperante, con sus funcionarios aparentando que trabajan con normalidad, lo mismo que la sociedad civil, que apenas se dirige la palabra entre los que piensan de una forma y los que lo hacen de otra. Sus líderes políticos o han tirado la toalla, o han huido al extranjero o están en la cárcel o en vías de procesamiento. La clase política está descabezada. Casi, ya digo, como en 1934, cuando el general Batet bombardeó la Generalitat y Companys acabó en la cárcel. Entonces, claro, como decía la famosa frase de Marx, aquello acabó en tragedia; esperemos que esto acabe, tal y como está discurriendo, en farsa.
Pero la farsa se prolonga demasiado: la vigencia del artículo 155 lleva ya cien días de funcionamiento sin especiales traumas, pero también sin avances políticos aparentes. Quizá, como muestra la admirable película sobre Churchill, nuestros dirigentes políticos deberían bajar al Metro en Barcelona, luego en Madrid, y allí preguntar a los viajeros sobre lo que piensan acerca de lo que está pasando. Comprobarían la preocupante distancia entre las respuestas en una ciudad y la otra. Sí, Cataluña está casi como en 1934. Espero que el resto de España entienda que eso tiene que acabar, y que no será solamente -aunque también- con la aplicación estricta de la ley, y con una interpretación aún más rigurosa de la misma, como se consiga.







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