No me agrada especialmente ver en el callejero de Almería tanto al Crucero Canarias como a Dolores Ibárruri. No me parece algo memorable que el paseo o el reparto diario convivan en nuestra ciudad con dos menciones directas a esa ciega pulsión que durante siglos ha convertido a unos españoles en enemigos irreconciliables de otros españoles. Lo peor del siglo XX español está retratado en ambas menciones honoríficas. Recordemos que hace unos días hubo una moción de IU en el Pleno del Ayuntamiento para retirar el nombre del buque de guerra franquista, por haber participado en el bombardeo de los malagueños que escapaban hacia Almería en 1937. Los proponentes olvidaron que, meses antes, ese mismo barco había entrado al puerto de nuestra ciudad sin portar pabellón alguno y cuando todos creían que se había pasado a la República enarboló bandera nacional y empezó a largar zambombazos. El caso es que cuando desde las filas del equipo de gobierno se dijo de retirar ese nombre y también el de la calle dedicada a Dolores Ibárruri, se armó la gorda. Para Izquierda Unida, la señora Ibárruri fue simplemente una defensora de las libertades represaliada por el franquismo, ignorando que doña Dolores no fue tan sólo esa anciana diputada a la que le hacían canciones y homenajes, sino una despiadada líder comunista que urdió y ordenó la muerte de muchas personas por razones políticas. Ignorar este detalle es como considerar al general franquista Queipo de Llano un simple radiofonista. Es imposible encontrar un punto equidistante de reparación de daños tras una guerra civil sucedida hace ochenta años. Francia y Alemania enterraron el fantasma de Verdún y eso les ha permitido avanzar, olvidando formalmente un pasado de odio en el que ambas partes tenían argumentos para echarse en cara. O cerramos el pasado o nos seguirá naufragando el futuro.
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