Elogio del piropo

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22:45 • 06 feb. 2018

La musa de algún atrevido aspirante a inquisidor ha dispuesto que en adelante los hombres que demuestren cierta sensibilidad por el sexo opuesto, es decir, el femenino, queden por hoy y para siempre estigmatizados en una metamorfosis ovidiana, aunque sin el lirismo ni delicadeza de la del famoso escritor latino. Cerdos pulpos, búhos y otras lindezas serán bien pronto, y si Dios o el sentido común no lo remedian, los términos elocuentes y definitorios de la especie masculina que se atreva a dirigir una lindeza, agasajo o lisonja a una mujer, es decir, lo que entendemos por piropo.
Antes de que se me desmande el personal “supersensible” debo aclarar que descarto como piropo toda expresión soez o injuriosa que pretenda acosar sexualmente a una mujer; muy al contrario; de lo que se trata es de expresar admirativamente la impresión que puede producir los encantos de una mujer, y por extensión, toda belleza, en un espontáneo observador. 
La palabra piropo que llega al español desde el léxico griego y posteriormente latino, identifica en la antigüedad romana la mezcla de dos metales, el bronce y el oro,  (para los interesados en conocer el texto exacto cfr. Plinio, H. N. 34,20), cuyo resultado final es una aleación de un brillo y esplendor que ya provocó  la admiración de poetas como Propercio u Ovidio, al punto de utilizar el término para ensalzar un determinado aspecto de un personaje o divinidad. Los orígenes pues de la palabra no pueden ser más nobles ni más alejados de la zafiedad con la que a veces se pretende identificar. 
Exageran en demasía quienes, desde el puritanismo ideológico que acompaña paradójicamente a tanto progre, ven en el piropo tan sólo una intencionada agresión verbal hacia el sexo femenino, llegándolo incluso a identificar con un intento de agresión física, cuando esos mismos “predicadores del progreso moral” son incapaces de levantar la voz antes las continuas agresiones que sufre la mujer objeto en espacios televisivos y publicitarios. En esos espacios la Administración pública y los partidos que la sostienen tienen un amplio campo y capacidad para intervenir, pero piensan seguramente que puestos a demonizar mejor hacerlo con el soldadito de a pie. 
El piropo bien entendido no es sino una expresión de admiración, un requiebro o lisonja y la más genuina manifestación del sentir del pueblo masculino hacia la belleza del sexo femenino, aunque en los últimos tiempos nada extraña escuchar a mujeres dirigir piropos a hombres por los que puedan sentir atracción o admirar algún aspecto de su físico.  Es expresión de algo bello, de un sentimiento y a veces incluso de algo simplemente humorístico. Pero el piropo no son sólo palabras. A veces una simple mirada, una sonrisa cómplice encierran mayor carga admirativa que todo un elegante discurso. Además, ante esa sonrisa que piropea es más fácil encontrar respuesta de consentimiento de la otra parte en una conversación admirativa y agradecida que no necesita palabras.
Un autor de finales del s. XIX justificaba con estas palabras la admiración por la mujer: “Con nuestra espléndida imaginación envolvemos a la mujer, desde la cuna, en una aureola de ideales; nos parece un serafín bajado del cielo para divinizar nuestra existencia, para redimirnos y para volar con ella a las regiones etéreas. Todas las flores del mundo nos parecen pocas para ella; y, como la juzgamos un ser superior, nos fascina, nos subyuga, aprisiona nuestro corazón y la hacemos objeto de nuestro culto”.
Desde luego aquí no veo ningún sentimiento machista, como tampoco en el requiebro de Cervantes:
“Quedad en paz, lumbre de estos ojos, los cuales no verán cosas que les den placer, hasta volverlos a ver”.
Como tampoco en Tirso de Molina:
“Ni la mañana, cuando entre labios de grisa el sol la provoca a risa, admite comparación con aquellos dos corales que de perlas orientales guardajoyas ricos son”.
O en Zorrilla:
” Luz de donde el sol la toma, hermosísima paloma”.
Tres ejemplos de piropos literarios que avalan la importancia de un recurso de expresión oral que no merece ser vilipendiado.


 







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