Hace tiempo que ya no sé si soy de izquierdas o qué. Pero seguro que algunos me encasillan donde la cáscara amarga si digo que la letra del himno surgido de una ocurrencia de la cantante Marta Sánchez me parece algo oportunista. Y, desde luego, fruto de una coyuntura, la de tantos españoles que se sienten, nos sentimos, algo huérfanos de Estado, en un momento de enorme peligro para la estructuración del país tal y como todos los que lo habitamos lo conocemos. Entonces, los balcones se llenaron, en toda España, de banderas rojigualdas, como un grito de alerta. Luego, la broma de Tabarnia, que consagró a un cómico como presidente de una nación imaginaria e imaginada, pero que algunos quisieran tan real. Y ahora, el mismísimo Rajoy, en Twitter -no creo que sea una ‘fake’-, saluda el éxito viral de la señora Sánchez, artista por la que siempre he sentido, más allá de mi alejamiento por lo que suene a folclórico en su sentido más lato, un gran respeto.
Y ese respeto lo extiendo a esa letra que se quiere, desde Internet y sus terminales, imponer a la ‘marcha granadera’ que desde hace dos siglos constituye, huérfano de algo cantable, el himno nacional. Respeto, pero no comparto. Siento decirlo, pero no es mejor esta composición que la que se encargó a Pemán y, muchas décadas después - esto ya fue en tiempos de Aznar -, a los escritores Luis Alberto de Cuenca y Jon Juaristi. No sé qué ocurre que siempre tales textos suelen pecar de cierta afectación, si no de un patrioterismo algo hueco y enfático.
Me parece que esta iniciativa de una Marta Sánchez a la que ya conocíamos anteriores alientos patrióticos está destinada a ser flor aromática de un día. Uno de esos divertimentos que tanto gustan a nuestros compatriotas, sobre todo cuando llegan malos tiempos en la política o/y en la economía. A Franco, los niños le endilgaron unos versos muy poco respetuosos, asociados al himno nacional.
Seguro que al dictador, en el fondo, le divertía aquella cancioncita que le atribuía entonces tener blanca una parte de su anatomía porque su mujer la lavaba con Ariel: fue tan, ejem, magnánimo que ni siquiera hizo entrar a la policía en las escuelas para reprimir la burla.
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