El pringoso, chusco, misterioso, vergonzoso, ´affaire Cifuentes´ es acaso el último capítulo (conocido) de lo que ha sido una asquerosa gestión pública en la Comunidad de Madrid, a la que, paradojas de la vida, Cristina Cifuentes trató, en último extremo, de regenerar. Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz Gallardón y, no digamos ya, Ignacio González o Francisco Granados, por citar los nombres más destacados, Caja Madrid, el Canal de Isabel II, alguna empresa constructora, varios alcaldes, han cubierto de bochorno la gobernación de la Comunidad más emblemática de España, que la semana próxima, sonrojada, celebra -es un decir-- su emblemática fiesta regional.
No han sido solamente robos: escuchas ilegales, persecuciones y vigilancias, policías corruptos y empresarios aún peores, han convertido a la CAM en argumento para una novela de John Grisham. Y, aunque sé perfectamente a qué partido corresponde el dudoso honor de encabezar la lista -sede de Génova, ´tamayazo´ jamás explicado...--, tengo que decir que otras formaciones nos han dado igualmente un ejemplo de lucha por el poder más allá de lo razonable y comprensible: ahí están los casos Tomás Gómez, a quien el ´nuevo´ PSOE de Sánchez desalojó casi por la fuerza de la sede socialista madrileña bajo parece que falsas acusaciones de corrupción, o el maltrato desproporcionado a los ´errejonistas´ por parte de los ´iglesistas´.
Y lo peor es que no estamos hablando de los últimos meses, ni de los últimos años: conocí profesionalmente cómo se las gastaba la antigua federación Socialista Madrileña y certifico que aquello era para salir corriendo. Puede que algún día gaste tiempo en narrar lo que han sido las ´batallas de Madrid´. Maaadre mía...
El caso es que una buena parte del descrédito que la política (y, sobre todo, los políticos) tienen entre los ciudadanos corresponde a un Madrid que, curiosamente, ha estado bastante bien gobernado desde un punto de vista del estado del bienestar y de la gestión puramente económica. Pero el hedor de lo corrupto ha sido insoportable: más aún que en la Comunidad Valenciana, creo (que ya es decir), mucho más que en la Andalucía de los ERE (que es harina de otro costal), casi más que en la archicorrupta Cataluña oficial.
Y eso es lo que temo: que, salvadas las distancias (aquí, sería el colmo del surrealismo, nadie se refugia en esteladas ni en gritos de ´independencia´), la política madrileña se ´catalanice´ en cuanto a parálisis, desvergüenza y confusión a la hora de separar poderes.
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