Hace unas semanas mi amiga Amalia Román me dejó el libro “La mujer habitada”, de la escritora nicaragüense Gioconda Belli, en el que la protagonista es una mujer arquitecta que lucha por su emancipación, como urbanista, dentro de su entorno androcéntrico, y en el que va tomando consciencia de las desigualdades o discriminaciones por el hecho de ser mujer, las diferencias del trato, las expectativas que depositan en ella y cómo ella lo afronta y lo utiliza para proyectar. Como dice Jane Jacobs, periodista y urbanista autodidacta: “Las ciudades tienen la capacidad de proporcionar algo para todo el mundo, sólo porque, y sólo cuando se crean, se crean para todo el mundo”. La ciudad es de todos y todas.
Un urbanismo inclusivo, participativo y democrático. Un urbanismo de convivencia, de la ciudad como punto de encuentro, de sociabilización y de cuidados, planeado y construido con la participación de la ciudadanía, con transportes públicos accesibles para todos, barrios y horarios que permitan la libre movilidad, así como el protagonismo para transitar de la bicicleta y los peatones. Un urbanismo justo y equitativo, pensado para habitar en la ciudad, porque es un derecho como ciudadanía. En un urbanismo democrático se hace imprescindible la participación de la mujer, ya que su experiencia cotidiana se hace indispensable para las necesidades de la comunidad. Las ciudades, pueblos y barrios tienen que tener espacios habitables, y se hace imprescindible facilitar los desplazamientos para todas las actividades del día: equipamientos públicos, comercios de cercanía, transporte cercano a la vivienda, espacios para el encuentro, para el juego, etc., donde se permita la sociabilización; accesibles y seguros que permitan la autonomía de la ciudadanía. Calles y plazas que tengan el reconocimiento de la sociedad. La ciudad sin jerarquías sociales, la ciudad como punto de encuentro, como lugar para habitar. Lugares que fomenten la equidad de género interseccional, las sostenibilidad, la participación comunitaria y la economía solidaria en el urbanismo, como hacen desde la Cooperativa de mujeres arquitectas y urbanistas Col-lectiu Punt 6. Las ciudades, los pueblos, los barrios y resto de espacios que habitamos, en este siglo XXI, tienen un gran reto por delante: Espacios públicos seguros y que apoyen los cuidados, lugares donde interactuar, que permitan el fortalecimiento de la ayuda mutua, de los cuidados en comunidad. Con equipamientos corresponsables y coeducativos, que se adapten a la vida cotidiana y a sus diferentes etapas, adecuándose a las particularidades de cada barrio o municipio. Ciudades seguras, en las que podamos caminar, en el que el transporte público dé respuesta a los y las usuarias. Un acceso a la ciudad digno para todos y todas. Y también hay que proyectar y ejecutar las ciudades según los ciclos naturales, porque todos y todas somos Naturaleza. Los espacios habitables tienen que ser más vivos, naturales, saludables y que favorezcan la calidad de vida de todos los seres vivos que habitan en nuestras ciudades, pueblos, barrios, etc.
Necesitamos ciudades que sean cercanas, no dispersas, con espacios verdes con sombra, aceras anchas, calles con prioridad para el peatón, sin barreras físicas ni simbólicas. Zonas para el encuentro y el descanso, calles para la compra en las tiendas de barrio, o calles que conecten con los centros educativos. La seguridad de las vías no es sólo una cuestión de prevención de la violencia de género y del fomento del empleo, es corresponsabilidad de la distribución de los tiempos para los cuidados.
Dijo Jane Jacobs: “Nadie disfruta sentándose en un banco o mirando por la ventana para contemplar una calle vacía. Creo que casi nadie hace una cosa semejante. Pero sí hay muchísima gente que se entretiene contemplando la actividad de una calle, de tanto en tanto, desde una ventana o en la acera”. Hay que recuperar el concepto de plaza, como lugar de encuentro y convivencia, lugares para realizar reuniones, asambleas, etc. Espacios para la cultura democrática y participativa. No debe de concebirse como un lugar de tránsito, o con asientos individuales cada uno mirando a un lado. Los espacios de encuentro se han convertido en lugares individualizados. ¿Dónde queda el espacio para el habitar? Hay que llevar a la ciudad la voz de todos los colectivos que la habitan, con proyectos participativos y, por ejemplo, rehabilitar una plaza en función de las necesidades de la ciudadanía, preguntarles qué necesitan, si hay que hacerla accesible porque el barrio está envejecido, o incluso poner elementos de juego porque la chiquillería en el barrio no tiene donde jugar.
Dice el arquitecto japonés Toyo Ito: “Hay un número tan elevado de grandes ciudades en el mundo, que las personas que las habitan viven más aisladas que nunca” y cada día aumentan los ciudadanos y ciudadanas que sienten una necesidad de contacto íntimo con la naturaleza, y por tanto con la vida. En las ciudades del siglo XXI hay que pasar de ser mujer habitada a ser mujer habitante.
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