La placetilla de las monjas

J. G. Martín
00:30 • 13 jun. 2018

En la placetilla de las monjas había dos centros de enseñanza, uno era la escuela nacional de D. Diego, y, otro, el colegio de las monjas, hermanas de la congregación del Amor de Dios. En la placetilla de las monjas también estaba el locutorio de teléfonos del que mi abuela era la telefonista, pero ese episodio ya lo he contado en otra estampa. La placetilla de las monjas en realidad hacia honor al General Saliquet, pero nunca la llamábamos así. Como suele suceder en pueblos y ciudades, sus calles, plazas y paseos tienen una denominación oficial y otra popular.


Todas las mañanas del calendario docente coincidíamos en la placetilla, antes de las nueve, los estudiantes que asistíamos a un centro u otro y echábamos nuestros juegos, a las 9 en punto nos repartíamos y cada cual se iba con los suyos. Los de la escuela de D. Diego entraban directamente a la clase, única aula que había en la misma, allí de pie y frente a las estampas del dictador de la época y su mártir José Antonio, en posición de firmes cantaban el cara el sol antes de empezar la jornada.

A nosotros las monjas, muy marciales ellas, (las mujeres siempre han sido mucho más disciplinadas que los hombres) nos formaban en la puerta del colegio por filas, nos mandaban ¡cubrirse!, cuando las filas estaban perfectamente alineadas a la voz de ¡firmes! se procedía al izado de la bandera española, entonces con el escudo “del pollo”, colgada del mástil en el balcón del primer piso, y todos entonábamos, como los de enfrente, el cara al sol. Seguidamente, en un picú de la época, cuyo único altavoz asomaba por la ventana del balcón de la bandera, a los sones del “soldadito español” desfilábamos marcando el paso, recorriendo todo el contorno de la placetilla, íbamos entrando por la puerta principal del colegio y, sin destrozar las filas, cada uno se dirigía a su clase. El colegio de las monjas era una casona de las grandes del pueblo, tenía dos plantas altas y una baja, en ésta estaba la clase de los parvulitos, en las otras dos plantas, las clases de los cursos superiores, y un patio interior donde salían al recreo los mas pequeños, allí se estudiaba hasta ingreso. 



Con los de la escuela de enfrente nos volvíamos a reunir durante el recreo que se celebraba en la placetilla y a la salida de clase, se nos podía distinguir por el hecho de que nosotros, los de las monjas, llevábamos uniforme y ellos no, y, porque increíblemente nuestro colegio era mixto, de niños y niñas, y las clases también, mientras que ellos eran solo varones. Con el tiempo entendimos que aquellas religiosas eran unas adelantadas a su época, y yo sigo sin entender cómo nos tenían mezclados, claro que el colegio lo abandonábamos con 11 años, antes de que empezáramos a despertar a los placeres de la revolución del sexo, entonces íbamos un pelín atrasados a los niños de hoy en día y el pecado era muy respetado.


Se llamaba ingreso a un tribunal formado por varios profesores del instituto que te examinaban para comprobar si tenias los conocimientos mínimos indispensables para pasar a bachillerato, si lo pasabas dejabas la placetilla de las monjas y te trasladabas a la entrada del pueblo, al cruce, donde estaba el instituto. Fue el primer tribunal al que me enfrente, como un presagio de lo que iba a ser el resto de mi vida. Entre tribunales de bachillerato, oposiciones y Tribunales de Justicia me he visto continuamente sometido a examen, amén de los exámenes que diariamente pasas con unos y otros. Menos mal que a estas alturas me da igual un aprobado o un suspenso, yo ya me he aprobado a mí mismo, con ese y el de los míos tengo bastante.






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