Cuando a una persona de treinta años le dicen que ya no puede comer pan, que los pasteles se han acabado para ella, que ni tostadas de aceite ni una porra de churros para desayunar, que algo tan simple como una loncha de jamón de york puede ser su peor enemigo, que las cervezas ya son historia, tiene varios caminos: tirarse al suelo a llorar, comprarse un huerto y dedicarse a plantar verduras o seguir disfrutando del placer de la comida con otros ingredientes que no sean los cereales convencionales.
La vida de Dolores empezó a cambiar cuando se decidió a ir al médico porque llevaba un tiempo con molestias estomacales. Se sentía mal, a veces le faltaban las fuerzas y estaba desganada, con el intestino revuelto y colitis frecuentes. Algo no andaba bien dentro de su organismo.
Cuando a Dolores Vizcaíno le diagnosticaron la enfermedad celíaca se miró al espejo y con una sonrisa le dijo a la mujer que tenía delante: empieza una nueva etapa en tu vida. Esa tarde se olvidó de los placeres conocidos y se fue a la busca de otros. Habilitó un local adecuado y se fue montando un pequeño obrador para experimentar en la búsqueda de esos nuevos placeres. El trigo, la cebada, el centeno, la avena, la espelta, los cereales que formaban parte de su vida desde que nació, se convirtieron en un adversario fatídico que había que superar desde el primer minuto. “Al principio cuando el médico te va explicando lo que no puedes comer se te va cayendo el mundo encima porque crees que no puedes comer de nada, pero cuando pasaron unas horas reflexioné y la enfermedad se convirtió en un reto en mi vida”, asegura.
Desde entonces encontró el refugio que necesitaba en su cocina y empezó a experimentar con la paciencia de un alquimista. Se fue al almacén, compró un saco de harina de arroz, otro de maíz y una bolsa de chía, y se puso a buscar los sabores que ya no podía encontrar en los alimentos cotidianos. Un día elaboró unas magdalenas que le recordaban a las que comía cuando era niña; al día siguiente amasó un bollo de pan que le hizo olvidar las barras de siempre y así fue dando pasos, descubriendo esos placeres con los que llevar su enfermedad sin nostalgias.
Como estaba satisfecha con sus hallazgos, como gozaba creando, un día decidió compartir sus productos con sus amigos. El éxito fue tan grande que empezó a recibir encargos. “Mi intención fue acercarme a los sabores de siempre, que lo que yo elaborara se asemejara lo máximo posible a los hechos con trigo para que el consumidor no lo echara de menos. Lo conseguí con mucho trabajo, a fuerza de equivocarme y de empezar de nuevo”.
Primero se hizo pan, después unas magdalenas para el desayuno y como vio que ya había encontrado el secreto que iba buscando se atrevió a dar un paso más y entonces empezó a fabricar tartas de todos los gustos y colores, bizcochos, pestiños, roscos de Semana Santa y se fue a la calle para dar a conocer sus productos. En apenas unos meses, Dolores Vizcaíno López pasó de ser una celíaca a convertirse en una empresaria luchadora dispuesta a seguir disfrutando del placer de la comida y de paso ganar un dinero para poder sacar adelante a su familia.
Ya ha conseguido hacerse de una clientela importante en la comarca de El Ejido y una vez a la semana se desplaza a Almería para cumplir con los encargos que le llegan. Está abierta a cualquier sugerencia que le haga un celíaco. Su pan hecho con chía sustituye perfectamente al pan de trigo convencional y sus pizzas o sus empanadillas conservan los sabores que llevamos grabados en la memoria del paladar.
En su obrador no entra ningún cereal prohibido y tampoco conservantes ni colorantes. “La elaboración es de forma natural y artesanal. No podría utilizar un obrador donde hubiera entrado el trigo porque entonces estaría contaminado. Uno de los problemas de los que somos celíacos es que hasta las trazas, los pequeños restos de los cereales no permitidos, pueden llegar a desencadenar los síntomas de la enfermedad”, me cuenta.
Dolores aparece todos los martes por Almería con sus cestas de mimbre cargadas de manjares. Últimamente ha incorporado a la carta hasta soplillos y poco a poco quiere seguir experimentando nuevos sabores y nuevos productos para que los celíacos no vuelvan a acordarse del trigo y sigan disfrutando de los pequeños placeres del paladar. Su intención es abrirse camino en el mercado de la capital y ha empezado con un punto de venta semanal en el comercio de ‘La Tiendecilla’, que la empresaria Pepi Velasco regenta en la calle de las Tiendas.
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