Quien piense que aquí es posible mantenerse en el 'rebus sic stantibus', que las cosas se queden como están, ya que cuándo vamos a estar mejor, se está, temo, equivocando de parte a parte. Ya en el primer encuentro nacional importante en La Moncloa, el mantenido por Pedro Sánchez con el lehendakari Iñigo Urkullu, salieron a relucir algunos conceptos que van a ser clave incluso en lo que queda de esta Legislatura, en la que, según el presidente del Gobierno, no va a dar tiempo a las grandes reformas. Pero no tiene razón: Sánchez quiere, en el fondo, ser Adolfo Suárez, necesita, de hecho, ser el nuevo Adolfo Suárez que encabece la segunda transición. Pero es preciso que recuerde que Suárez dio la vuelta al Estado como un calcetín en apenas 11 meses, desde que fue nombrado (julio 1976) hasta que se celebraron las elecciones constituyentes (junio 1977).
A España, este gran país, hay que repensarla para, de inmediato, actuar. Y hemos de acostumbrarnos a conceptos como 'reforma a fondo de la Constitución', 'consulta a la población' o 'plurinacionalidad'. Que fue término, este último, alguna vez empleado por Sánchez, pero que ahora ha olvidado, merced a los ataques de esos sectores que ahora, ante el encuentro con Urkullu y el próximo con Torra, así como ante la visita de Pablo Iglesias a la Generalitat, hablan de que se está 'desmontando España'. Pero uno tiende a pensar que caben interpretaciones menos dramáticas, menos drásticas y mucho más contundentes: se trata, más bien, de repensar España, incorporando a la reflexión a gentes y partidos que están ahí, porque los españoles han querido, pero que no estaban en el primigenio diseño del 'nuevo' país en 1977.
Esta es la misión que le cabe a Pedro Sánchez, a quien hay que suponer esa "intención antiinflamatoria" con los nacionalismos de la que se habló en el encuentro, seguramente mucho más interesante de lo que ha trascendido, con alguien tan realista, tan político en el mejor sentido de la palabra, como Urkullu. Y lo mismo quiero creer del encuentro entre el líder de Podemos y el president de la Generalitat catalana. A este último le supongo intenciones poco conciliadoras con el Estado, desde luego; pero confío en que Pablo Iglesias sí entienda que puede jugar un papel mediador clave ante el decisivo encuentro de Torra con Pedro Sánchez en La Moncloa. Y que el propio Torra acabe por entender que la independencia de Cataluña es, simplemente, una quimera. Imposible. Así que comprendo que las declaraciones del temperamental Iglesias, tras salir del Palau de la Generalitat, no han sido muy tranquilizadoras, cuando habla de que España y Cataluña solo se pueden entender bajo el techo de una República. Tienen Podemos o los secesionistas catalanes perfecto derecho a mostrarse republicanos: nunca la Monarquía ha sufrido mayores ataques por parte de líderes políticos. Pero el mantenimiento de la forma del Estado me parece una línea roja intraspasable y ante la que los partidos constitucionalistas -qué lástima que el PP esté pensando solamente en lo suyo, con el lío que tienen- deben mantenerse inflexibles: no está la feria como para andar jugando con las cosas de comer, sobre todo cuando, poniéndonos en plan coyuntural, tenemos ahora probablemente al mejor Rey en la Historia de España y perfectamente aceptado por la mayoría de los españoles.
Lo que ocurre es que hay que mantener el delicado equilibrio entre el profundo reformismo que cabe a una era tan nueva como la que, guste o no guste, ya se ha abierto y lo que supone abrir el Estado en canal. Y esa, insisto, es la delicada cuerda ante el abismo por la que debe caminar el trapecista Pedro Sánchez, por el momento sin contar con el apoyo de Ciudadanos, que ya se ve que sigue pensando en las elecciones -con Macron, con Renzi, con quien sea--, ni, menos, del PP, que claramente ha perdido la aguja de marear y anda un poco zombi, con Rajoy de paseante por el marítimo de Alicante, ante su próximo congreso de la catástrofe. "Ay, Fraga, Fraga vuelve que te perdonamos" me decía estos días un connotado ex dirigente del PP, que empezó militando en la Alianza Popular fraguista.
Ahí andamos. Sánchez no anda solamente de presidentes autonómicos; es que, al tiempo que intenta destensar el país, reclama un sitio entre los jerarcas europeos, arrebatarle a Rajoy su vieja amistad con Merkel, quitarle a Rivera la sombra protectora de Macron, ocupar el sitio que Italia, cuando era sensata, ocupó, hacer que Tsipras se ponga, metafóricamente, más corbatas, que el portugués Antonio da Costa, un tipo bastante sensato, renueve, también metafóricamente, la vieja alianza ibérica. Luego vendrán, este mismo mes, las fotografías con Obama y con Trump, ante los que Sánchez, ya verán, se comportará con mucha mayor mesura que Zapatero ante la bandera de los Estados Unidos, por mucho que, sobre el presidente norteamericano, piense lo mismo que usted y yo.
Ya digo: repensar España, nada menos, casi como hace ciento veinte años -ahora cumplimos ese aniversario del triste 1898-, es la receta. Abrir con siete llaves el sepulcro del Cid, cortar el nudo gordiano como Alejandro, invocar a Goethe cuando dijo que 'sin prisa ni pausa, como las estrellas', aunque corrigiéndolo algo, porque ahora hace falta más prisa reflexiva que pausa rajoyana, como el lucero del alba. A veces, cuando uno piensa en lo que Sánchez tiene ante sí y que tal vez ni siquiera se haya planteado a fondo, uno se echa a temblar, si le digo la verdad.
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