Queda ya solamente una incógnita mayor, porque interrogantes menores perviven aun un montón: saber quién liderará el Partido Popular, que sigue siendo un partido al que hay que seguir tomando en cuenta. ¿Soraya Sáenz de Santamaría, Pablo Casado? En este momento, y tras los resultados en las primarias del viernes, me inclino decididamente a pensar que será el diputado abulense quien, merced a una política de alianzas contra la ex vicepresidenta, se alzará con el liderazgo del partido fundado por Fraga, refundado por Aznar y gestionado por Rajoy, el desaparecido, hasta hace poco más de un mes. Y, entonces, España quedará en la futuras manos de tres hombres jóvenes, con ganas de comerse el mundo, atractivos cada cual a su manera e indudablemente demócratas. ¿Tres líderes para una España nueva, quizá mejor? Déjeme ser, de nuevo, optimista: con todos los claroscuros que usted quiera, quizá sí.
Sánchez, Rivera y Casado tienen muchos puntos en común. Sin duda, representan, cada cual en su parcela, algo nuevo. El secretario general del PSOE parece haberse inclinado, por segunda vez, por una alianza tácita -o no tan subterránea, si bien se mira- con Podemos, cuyo destino probablemente será, si se mantiene el liderazgo de Pablo Iglesias, similar al del Partido Comunista/Izquierda Unida en sus mejores momentos, pero no más. Si el sesgo de Sánchez se mantiene, y probablemente habrá de ser así al menos hasta después de las elecciones municipales y autonómicas de dentro de un año, Rivera y Casado, que son dos figuras casi similares, estarían condenados a entenderse en una coalición de centro-derecha en el Gobierno que saliese de las elecciones de junio de 2020, que es donde Pedro Sánchez quiere situarlas.
Porque la cuestión, y espero que no me considere usted un visionario frívolo, será qué coalición gobernará en la ‘nueva’ España, la que esté afrontando una profunda segunda transición, dentro de dos años: de centro-derecha o de centro-izquierda. Rivera y su partido naranja será capaz de adaptarse a ambas posibilidades, liderando la coalición de que se trate o convirtiéndose, como en su momento los liberales de Genscher en Alemania, en la bisagra imprescindible.
Claro, eso también podría ocurrir con Soraya Sáenz de Santamaría presidiendo el Partido Popular. Pero temo que la ex vicepresidenta garantiza menos que Casado la unidad del partido que gobernó España durante quince años en dos periodos, los de Aznar y Rajoy. Veremos en qué deriva la evolución del que creíamos que era, hasta ahora, el partido más nutrido de militantes, de sedes... y de votantes. Sería, en todo caso, un error condenar al PP al cubo de la basura, entre otras razones porque, como vemos, sigue siendo un partido necesario para el equilibrio político en un país que ha dejado, definitivamente, de ser bipartidista.
Para encarar el futuro como nación es preciso que los citados, y otros muchos, desde luego, entiendan la grandeza de la tarea que tienen entre manos. En el debate de las primarias del PP no hemos encontrado demasiadas ideas con 'grandeur', ni propuestas de soluciones para Cataluña que se alejen del inmovilismo de Rajoy. Pero en la evolución de los acontecimientos tras la moción de censura que llevó al poder, de manera atípica, a Sánchez, tampoco acabo de ver esa decidida voluntad regeneracionista que se nos proponía y que había llegado a ilusionarnos: ahí está la maniobra orquestal en la oscuridad en torno a RTVE y a otros cargos apetitosos, sin ir más lejos. ¿Para esto quería Pedro Sánchez llegar, como fuese, a La Moncloa? Espero, cada día con menos fuerza, que no.
No; es preciso ir pensando ya en 2020, una fecha ‘in extremis’ que los ciudadanos españoles tienen anotada con un círculo rojo en sus calendarios. Para entonces, España, con una Cataluña 'conllevada', con unas gentes que tendrán que confiar más en sus representantes, será algo nuevo e ilusionante... o no, que diría el tan prontamente olvidado Rajoy, el que encarnó la vieja era.
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