José Fernández Revuelta
22:51 • 20 ago. 2011
Desapareciste pronto. Con toda la rotundidad que encierra el verbo desaparecer. De la noche a la mañana dejaste de existir; te fuiste derribada, despedazada por un viejo y ruidoso tractor. Habías tenido una larga vejez, como tantos humanos que habitaron al calor y al color de tus muros, como tantos hombres que, cada día, se marchan consumidos por el tiempo y el dolor. Durante muchos años fuiste cobijo, resguardo, cuna, acogida o bienvenida, en definitiva, hogar. Y las Ordenanzas dispusieron que había que demolerte, mientras que muchas personas llamadas ‘okupas’ se ‘abrigaban’ al cobijo de tus muros solitarios.
Entre tus piedras frías y deformadas, de color ‘descolorido’, nacieron y murieron muchas ilusiones, que no pasaron de ser eso: ‘ilusiones’. Fuiste una vieja casa en ruinas, oficial y humanamente hablando.
¿Cuántos años hará que el humo buscó la libertad, por última vez, escapando por tu humilde chimenea? Te has convertido en estorbo arquitectónico y caerás como tantas otras que daban cierto sabor a nuestras calles. Tus puertas fueron tapiadas como un símbolo y, día a día, año tras año, fueron perdiendo las paredes el calor de la presencia humana. Sin embargo, serviste, a través del tiempo, de cobijo a familias felices, los niños que salían a jugar a la calle cuando el tráfico lo permitía. Realmente no somos conscientes de hasta qué punto estamos entrañablemente ligados a las paredes que nos rodean. Forman parte, tal vez inadvertida, de lo cotidiano, lo cálido, lo entrañable, y buena prueba de ello es cómo las añoramos en las ausencias. Después de un largo viaje acabamos siempre exclamando: ¡al fin en casa! Porque la casa, humilde o suntuosa, es parte integrante de la propia vida y testigo de alegrías, inquietudes, sonrisas y también lágrimas. La casa nos da el calor y el descanso, por eso al cambiar de vivienda tenemos la impresión de dejarnos en el traslado girones de vida.
Y sin embargo, la primera sensación que tiene de ‘lo mío’ un ser que nace, es ‘su casa’, ‘su nido’, ‘su rincón’. Alrededor de ‘la casa’ han nacido ideas, poemas, recuerdos, palabras íntimas y hasta aquel ser extraterrestre, fruto de un guión cinematográfico, E.T. soñaba con ‘su casa’.
Esas horribles y ruidosas máquinas, pintadas de amarillo, han convertido con rapidez, en un revoltijo de maderas, piedras, hierros y escayola lo que fue paredes que albergaban vida, cuartos para juegos de los niños, cobijo de amor para los padres, o escalera, o cocina…
Con estas palabras que escribo en un rato de añoranzas quiero rendir un homenaje a tantas viejas casas que nos vieron nacer, crecer, jugar, comer y vivir y que serán recuerdo de muchos personajes que nacieron, vivieron, trabajaron, crearon y procrearon en beneficio de su tierra…
Entre tus piedras frías y deformadas, de color ‘descolorido’, nacieron y murieron muchas ilusiones, que no pasaron de ser eso: ‘ilusiones’. Fuiste una vieja casa en ruinas, oficial y humanamente hablando.
¿Cuántos años hará que el humo buscó la libertad, por última vez, escapando por tu humilde chimenea? Te has convertido en estorbo arquitectónico y caerás como tantas otras que daban cierto sabor a nuestras calles. Tus puertas fueron tapiadas como un símbolo y, día a día, año tras año, fueron perdiendo las paredes el calor de la presencia humana. Sin embargo, serviste, a través del tiempo, de cobijo a familias felices, los niños que salían a jugar a la calle cuando el tráfico lo permitía. Realmente no somos conscientes de hasta qué punto estamos entrañablemente ligados a las paredes que nos rodean. Forman parte, tal vez inadvertida, de lo cotidiano, lo cálido, lo entrañable, y buena prueba de ello es cómo las añoramos en las ausencias. Después de un largo viaje acabamos siempre exclamando: ¡al fin en casa! Porque la casa, humilde o suntuosa, es parte integrante de la propia vida y testigo de alegrías, inquietudes, sonrisas y también lágrimas. La casa nos da el calor y el descanso, por eso al cambiar de vivienda tenemos la impresión de dejarnos en el traslado girones de vida.
Y sin embargo, la primera sensación que tiene de ‘lo mío’ un ser que nace, es ‘su casa’, ‘su nido’, ‘su rincón’. Alrededor de ‘la casa’ han nacido ideas, poemas, recuerdos, palabras íntimas y hasta aquel ser extraterrestre, fruto de un guión cinematográfico, E.T. soñaba con ‘su casa’.
Esas horribles y ruidosas máquinas, pintadas de amarillo, han convertido con rapidez, en un revoltijo de maderas, piedras, hierros y escayola lo que fue paredes que albergaban vida, cuartos para juegos de los niños, cobijo de amor para los padres, o escalera, o cocina…
Con estas palabras que escribo en un rato de añoranzas quiero rendir un homenaje a tantas viejas casas que nos vieron nacer, crecer, jugar, comer y vivir y que serán recuerdo de muchos personajes que nacieron, vivieron, trabajaron, crearon y procrearon en beneficio de su tierra…
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