Se puede creer que Cristina Cifuentes extraviara en una mudanza el trabajo que acreditaría su famoso máster, pues, como se sabe, dos mudanzas equivalen, por lo devastadoras, a un incendio. Más cuesta creer, sin embargo, que ese trabajo haya existido alguna vez, y mucho más todavía cuesta creer que cualquier ciudadano pueda contar con las facilidades, llamémoslas facilidades, con que Pablo Casado contó para sacarse su máster sin despeinarse, en un visto y no visto, o lo que es lo mismo, como diría el célebre creador de acertijos Mariano Rajoy, en un abrir y cerrar de ojos.
Por maliciarse que lo de Cifuentes pudiera ser solo una parte, la primera visible, del gigantesco fraude de falsificaciones de títulos académicos, o de títulos falsos, o de títulos verdaderos obtenidos falsamente, urdido y ejecutado en la Universidad Rey Juan Carlos para favorecer a amiguetes, donantes y correligionarios, la Justicia ha abierto una pieza separada para dilucidar la verdadera extensión de dicho presunto fraude, y por los oscuros pasillos de esa pieza es muy probable que a Pablo Casado, el extraño chico que quiere ser como Aznar, se le aparezca el espectro de su máster, obtenido en el mismo sitio, por las mismas fechas y de la misma imprecisa manera que el de Cristina Cifuentes. En realidad, el espectro ya estaba ahí, pero se ve que Casado ha intentado probar si funciona en adultos la entrañable táctica infantil de cerrar los ojos, no tanto para no ver el fantasma como para que el fantasma no te vea.
La expendeduría de títulos universitarios inmerecidos, sin estudiar, sin trabajar, sin aprender, sin esforzarse, sin examinarse y sin nada, en que, según se sospecha con gran fundamento, se habría convertido para algunos la URJC, describe un paisaje yerto, lunar, por todos sus rincones, desde aquél en el que anida siniestro el trato de favor hasta aquél otro donde mora, zarrapastrosa y ridícula, la titulitis, ese monstruo moral y social de ubres secas que otorga más valor a un papel o a una orla, por muy falsos que encima sean, que al conocimiento y al mérito paciente.
A Pablo Casado le convalidaron en la UJCR, esa inquietante factoría, 18 de 22 asignaturas para su máster, y de las otras cuatro, al parecer, ni fue a examinarse. El espectro, por mucho que se cierren los ojos, está ahí, visible, viéndote, y el Juzgado 51 de Madrid y su jueza titular, recién vuelta de sus vacaciones y a tenor del resultado de las indagaciones que encargó antes de cogerlas, también lo ven.
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