Con el mismo sentido práctico de quien hubiera ofrecido una tirita a María Antonieta tras pasar por el trance de la guillotina, el presidente Sánchez se acercó a Sevilla para afrontar dos retos igualmente cortantes: abrazar y besar en público a su vieja enemiga, Susana Díaz, y hacer gala de un inabarcable desparpajo prometiendo un nuevo -otro más- Plan de Empleo en Andalucía. Y llámenme loco, pero si después de 36 años seguidos de gobiernos socialistas en nuestra comunidad tiene que venir el máximo representante de ese partido a prometer un plan de empleo, más de uno podría pensar que aquí hay algo que no funciona.
Pero la anomalía no se limita a aplaudir el descaro de quien aporta como solución a los problemas que no ha podido resolver nuevas dosis de la misma receta que ha estado empleando anteriormente. Hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes es una característica que comparten por igual los primates del laboratorio y los consejeros y consejeras de Empleo de la Junta de Andalucía. Pero no nos desviemos. Les decía que la anomalía andaluza no está simplemente en seguir apoyando electoralmente a una formación que ha acreditado en casi 40 años que no sabe o no puede hacer de Andalucía una comunidad de referencia en el conjunto de España y Europa, sino en que la sociedad andaluza haya asumido con normalidad el escenario del millón de parados como algo asumible. Los datos oficiales de abril de este año cifraban en 976.000 el número de andaluces en edad de trabajar que no tienen empleo. Y eso, que en cualquier otro lugar sería una tragedia, es saludado con alivio por la Junta, que cada vez que puede se felicita por lo bien que marchan las cosas. Que el presidente Sánchez haga un hueco en su agenda internacional y venga a Andalucía a prometer un plan de empleo si Pablo Iglesias cierra un acuerdo con los golpistas catalanes y los filoetarras no es más que el preludio de un nuevo fracaso. Si ustedes quieren, claro.
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