Picudo rojo y otras epidemias

G. H. Guarch
14:00 • 05 ene. 2019

El picudo rojo es un gorgojo procedente del norte de Africa que ataca a las palmeras, tanto a la Phoenix canariensis como a la Phoenix dactylifera. Los ejemplares de esta última que han dejado de ser rentables para la producción de dátiles en sus lugares de origen suelen ser arrancados y en ocasiones vendidos a países como España, con grandes programas de urbanizaciones, campos de golf y nuevas avenidas urbanas en cascos consolidados que requieren grandes inversiones en jardinería ornamental. Con ellos ha viajado en los últimos años un incomodo polizón: el picudo rojo. Basta un ejemplar hembra para resultar una verdadera plaga que se extiende imparable por regiones enteras. En Almería la sufrimos desde hace años, pero es ahora cuando está alcanzando su virulencia, tanto en pueblos del interior, en montaña, como Laujar, Fondón, Benecid, o lo que está sucediendo en Roquetas de Mar, en Aguadulce, en el Parador. Los picudos rojos no respetan los límites de los términos municipales, y por tanto nadie está a salvo, tampoco los particulares. Lo que puede llegar a suceder con mala suerte – la suerte también interviene – es una situación de destrucción del noventa o hasta el cien por cien de  las palmeras Phoenix – las Washingtonias raramente son sus objetivos – con un destrozo ambiental, con repercusión turística y económica de gran magnitud. Reponerlo sería de un coste inasumible, y la preciosa y cálida atmosfera se vería muy dañada.


Tengo constancia de que en Aguadulce donde resido, el ayuntamiento de Roquetas está luchando denodadamente para eliminar la plaga, pero toda la provincia debería implicarse, probablemente a través de la Diputación, que a su vez debería implicarse en conseguir la ayuda y la experiencia de otras provincias como Alicante – Ahí está el ejemplo de cómo consiguieron detener la plaga en el famoso Palmeral de Elche, llevando a cabo una campaña lo más intensa y extensa posible si de verdad queremos seguir manteniendo el precioso landscape del que actualmente disfrutamos, para legárselo además a las siguientes generaciones. Un activo ambiental del que no podemos prescindir, sino mejorar y ampliar ya que es la envidia y el solaz de nuestros numerosos visitantes. En otro caso, dentro de una década se podrán contar con los dedos de una mano los ejemplares que quedarán. Y no pretendo ser apocalíptico, sino realista. 







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